Hace poco participé en un taller sobre valores humanos. La tarea consistía en armar un escudo
de valores. Para ello teníamos que elegir figuras significativas que respondan a ciertas preguntas
dadas por la maestra, preguntas como: ¿Cuál ha sido el mayor logro de tu vida?, ¿Cuál es el
valor más importante para ti?, ¿Cuál es el valor que quisieras que todo el mundo posea?, ¿Qué
es lo que más quieres alcanzar en esta vida?, ¿Cómo quisieras que te recuerden después de tu
muerte?, ¿Cuál es tu lema personal de vida?, entre otros explosivos existenciales. Este abanico
de interrogantes me hizo reflexionar sobre mi vida, mis anhelos, mi historia…
Procuré buscar figuras disfrazadas que me permitieran ensamblar vínculos aislados. La que más
me llamó la atención fue una fotografía donde se divisaba una riel de tren vacía y en medio
una mano extendida donde un pequeño pájaro se había acomodado gustosamente. Su postura
parsimoniosa y sus diminutos ojos emanaban una sensación de sosiego. En mi interior pensé,
¡qué mejor manera de representar la Fe! Dios es aquella mano sólida que me sostiene a mí, el
frágil pájaro, que permanece tranquilo porque tiene la certeza: ¡la FE de que es sostenido por el
Amor!
Elegí también otra fotografía de una niña dentro de una gran burbuja acuática caminando
sobre el agua y me dije: Esto es lo que quiero alcanzar en mi vida, el EQUILIBRIO, en todos los
aspectos. Entre otras figuras significativas estaban las manos de San Francisco de Asís abrazando
a Jesús en la Cruz, algunas manos devotas rezando, unas manos alzando a un niño en medio de
un desastre natural, otras manos pidiendo alimento…
Fue la maestra quien me hizo caer en cuenta de este denominador común: las manos. Me
preguntó, ¿Qué importancia tienen para usted las manos? Confieso que hasta el momento no le
había concedido el merecido interés a ese par. Pero a medida que iba meditando en las manos
fui consciente de tan venerable regalo. Manos que se juntan para rezar, manos que alimentan
a nuestro hermano, manos que escriben poesía, manos que hacen música, manos que tejen
esperanza… Y por supuesto, las manos invisibles de Dios en todas las situaciones de la vida. Sus
manos nos sostienen como a ese diminuto pájaro que confía, que no tiene miedo de alzarse en
la negrura porque se sabe protegido por las manos de quien lo creó.
Es difícil a veces advertir esa Mano Invisible porque no la palpamos, porque el miedo y la
incertidumbre nublan nuestra visión espiritual. Tropezamos y no nos damos cuenta de que aún
en nuestras caídas está Su Mano Invisible como un colchón, como un amortiguador que permite
cuantas heridas nuestro ser es capaz de soportar, nunca más allá de la cuenta. Y es curioso,
pero a veces no somos conscientes de nuestra fortaleza hasta que ser fuerte es la única opción.
Aún así, creo que las heridas nos purifican y podemos aprender de ellas en la medida en que
las sanamos. Porque sino, ¿qué ha de pasar con una herida abierta a la deriva? Se infecta y a la
larga morimos. Es la muerte del corazón.
Los invito pues, y me invito, a dejarnos caer en esas Manos Invisibles, a vivir esperanzados de
que, donde quiera que vayamos estará presente Su mano afectuosa, como todos los grandes
tesoros, ocultos a los ojos pero inconfundibles para el alma; recordando que la FE es la certeza
de lo que no se ve…