Un médico, una ciudad, un microrganismo
contaminante, un balneario. Sacude
vuestra curiosidad el espacio de la
memoria hasta el punto de querer enlazar
esos cuatro elementos?
Pues si es así, os encontraréis sin remedio en el teatro, con
su escenario, las bambalinas colgando del
techo, los actores preparándose en sus
camerinos, los bastidores y nosotros
acomodados en el palco de butacas
asistiendo a una representación de Henrik
Ibsen en la que un doctor se enfrenta a
todo un pueblo por defender que no se
debe usar el agua del balneario por estar
contaminada y claro los poderosos del
lugar y la mayoría de sus habitantes se
niegan a aceptar lo que supondría una
debacle económica pues el balneario es la
fuente principal de ingresos, gracias al
turismo.
Nadie quiere pensar en las
consecuencias, en el futuro; los
pensamientos y sentimientos de los
lugareños sólo alcanzan a ver el presente
que les permite vivir desahogadamente,
gracias a los turistas que acuden al
balneario. No pueden asimilar que un
animalito de dimensiones ínfimas esté
capacitado para perturbar la paz de sus
hogares. Son libres y como tales se sienten
preparados para elegir con los ojos
abiertos seguir viviendo plácidamente y
con los ojos cerrados que los bañistas
vayan cayendo en la enfermedad.
Una vez llegados a este punto me pregunto y, si por
un gesto caprichoso de la historia, resulta
que los lugareños son ahora espectadores
de la obra y nosotros nos convertimos en
actores?, quién de nosotros sería el doctor,
quiénes formarían la ciudadanía y quiénes
serían los políticos o gobernantes que
tomaran la decisión de callar el mal que
aqueja al balneario? No sé, quizá lo mejor
sea pedirle a la Historia que no sea
caprichosa.