Creo que todos, en algún momento, hemos tenido miedo a morir. Creo que también, si meditamos en ello, tuvimos miedo a vivir.
De acuerdo con San Pablo, nosotros somos carne, cuerpo y alma. O dicho de modo más humano, cuerpo, espíritu y alma. La carne (el cuerpo), es la morada terrenal de nuestra alma, la cual viene de Dios y tendrá que regresar a Él. El cuerpo (el espíritu) es el que nos mueve, el que nos hace actuar, el que contacta con los otros cuerpos (espíritus), por medio del cual cumplimos nuestra obligación en el paso por la tierra de servir y amar a los que Dios pone a nuestro alcance. Él es el que, en la hora de la resurrección, volverá a la vida, para gozar de la vida eterna. El alma nuestra es de Dios. Vive desde el comienzo de la creación y luego de cumplida su misión en el paso por la tierra, regresa a Dios y goza de su presencia.
Así como podemos temer morir, también temimos vivir. Imaginen a nuestro cuerpo (espíritu), pensando en que va a tener que pasar por el parto, por dolores, por tristezas, por penas. Sin embargo, luego de que se cumplió el inexorable paso del nacimiento, fuimos aceptando nuestra carne (cuerpo) y luego pasamos al temor de regresar a Nuestro Padre.
En realidad, morir es empezar a vivir nuevamente. Muchas veces nos preocupamos y lloramos por seres queridos, que llegaron a estar cerca de nosotros y que nos abandonan para regresar al hogar al que todos debemos regresar. ¿Lloraríamos por una hermana que ha estado con nosotros y regresa a nuestro hogar, a estar con nuestro Padre? Por supuesto que sí, porque como somos egoístas, no queremos que las personas que amamos se vayan de nuestro lado. Sin embargo, esa pena se convierte, o al menos se debería convertir en alegría, al comprender que esa alma que amamos con todo el corazón, vuelve a la casa, donde estará mucho mejor que nosotros, gozando de la presencia de Nuestro Padre, porque, coincidentemente, todos, gracias a Jesús, que nos dio a Su madre, somos Hijos de Él.
Jesús es nuestro hermano y es la personificación de Dios en la tierra. Como creador, nos ama y nos protege. Al venir al mundo tenía una misión y la cumplió a cabalidad: Salvarnos a todos de la muerte. Pero no se contentó tan solo con cumplir con su deber. Al ver lo débiles que éramos, decidió que necesitábamos aparte del regalo de tener una madre maravillosa, que Dios nos entregó a todos, a unos por muy poco tiempo y a los que vio más frágiles por mucho tiempo, por medio de su Discípulo amado, nos dio a su propia Madre. Así, nadie puede sentirse no amado por Dios, por perder a su madre terrenal. Siempre tendremos a nuestra Madre celestial, a la que podemos pedir, como a nuestra propia madre lo que queramos.
Dios es nuestro Padre, y por medio de Jesús, nos ha enseñado el camino para volver a Él. ¡Qué maravilloso, qué compasivo y misericordioso es Nuestro Dios! Agradezcamos la suerte que tenemos de creer.
No nos preocupemos tanto en conservar con nosotros a los seres que amamos. A veces intentamos reanimarlos y luchamos con las técnicas más avanzadas que tenemos, para conservarlos en esta vida. Hagamos lo que sea por tener aquí a las almas que aún no han completado su misión en la tierra y aceptemos el feliz regreso de las almas que ya cumplieron con creces su misión en la tierra.
Aún con mucha fe es difícil, acoger con felicidad la partida de los seres queridos.
Como humanos el temor a la muerte es natural, es temor a lo desconocido, es temor al dolor, a lo oscuro y para los que creen el temor al castigo que tanto se nos ha inculcado desde la Iglesia. I esto también se proyecta a los seres que amamos cuando ellos están cercanos al fin, aunque es cierto que el saber que no contaremos mas con su presencia es lo que más nos atormenta.
Creo eso si, que cuando una persona está en agonía hay que rodearla de paz y amor y permitir que se vaya y no torturarla para que se quede con nosotros, satisfaciendo como Ud. dice. un afán egoísta.