El señor economista Pedro Delgado Campaña, hace pocos días renunció a su cargo como Presidente del Directorio del Banco Central del Ecuador, al ser descubierto en una grave mentira iniciada y sostenida hacer más de 20 años y que le permitiera, además de alcanzar un objetivo académico como tan cándidamente sostuvo en su renuncia, ostentar el cargo del cual renunciaba, más que por hombría de bien, por falta de alguna otra alternativa.
Y ¿cuál fue esta terrible mentira? Pues, dicho de su propia boca, Delgado falsificó un título de tercer nivel que lo acreditaba como economista, gracias a este título (digamos que no a ser primo del presidente) pudo escalar las más altas posiciones del Gobierno Nacional, no lejos de episodios polémicos, hasta llegar a ser lo que hace pocos días fue.
Esto no tuviera el matiz tan dramático que mostró si el suceso de eventos relacionados se hubiera desarrollado de manera normal; es decir, luego de la denuncia realizada por un asambleísta de oposición (Enrique Herrería) y repetida como noticia por la poca prensa independiente que todavía queda en este país, se iniciaban las investigaciones para determinar la veracidad o falsedad de la denuncia.
Sin embargo, y esto es lo grave, lo que pudimos observar fue la reacción exagerada, totalmente fuera de cualquier parámetro objetivo, del Presidente de la Republica que defendió a ultranza a su primo funcionario y en un acto de extrema ingenuidad o medido histrionismo, ofreció sus manos al fuego por él, aseverando en más de una sabatina que la culpa de todo este escándalo la tenía la prensa corrupta, acusándola incluso de haber recibido dinero de parte de los banquero prófugos, pues estaba siendo atacado por ser el principal testigo en los procesos contra ellos; también, acusando ignorancia propia o presumiendo ignorancia nuestra, aseguraba que para ser presidente del directorio del BCE no se necesitaba título de economista (La Ley exige para el desempeño de dicho cargo título de 3er nivel en materias afines), pero que, sin embargo, Pedrito sí tenía título de economista y que era uno de los funcionarios más honestos del régimen.
Toda esta indignación demostrada por el presidente trajo como consecuencia, como pasa muy seguido en este gobierno revolucionario, la reacción inmediata de sus colaboradores, quienes organizaron inmediatamente la celebración de un “justo homenaje” para Delgado, a fin de reivindicar su imagen tan venida a menos por, en palabras del presidente, ser víctima de un linchamiento mediático, cuyo objetivo principal era dañar a la revolución ciudadana.
Durante toda esta novela, Pedro Delgado mantuvo, al principio un cínico silencio, todos lo defendía y el agradecido asentía con la cabeza; para luego aseverar durante una entrevista en CNN internacional, con una desvergüenza propia del que carece de sangre en la cara, que sí era economista, haciendo evidente la mentira al asegurar que era “graduado del colegio de economistas del ecuador” y, con el mayor desparpajo, se aventura a dar un número aproximado, como si de lotería se tratase, de su carnet profesional.
Ante la presión de la prensa, nacional e internacional, el INCAE, las certificaciones de la PUCE y de la UCSG y la falta de excusas válidas por parte del oficialismo y sin otra salida posible, Pedro Delgado decide presentar su renuncia.
Preocupa mucho la actitud de este gobierno, especialmente del presidente de la República y de su extrema ingenuidad o manifiesta insensatez con la que defiende a funcionarios que se encuentran en apuros por sus malas conductas y con la que los deja escapar del país luego de confesar abiertamente el cometimiento de un delito, preocupa la ligereza con que se ataca a la prensa independiente y la facilidad con que asambleístas y prensa oficial fraguan mentiras para tapar su complicidad o ineptitud.
Preocupa que se multipliquen los casos de corrupción como este sumado a la inacción de las instancias judiciales y de investigación, en un gobierno que, como este, se dice de manos limpias y las únicas manos que se pueden notar son las del presidente, claramente con quemaduras en tercer grado por meterlas en garantía de cada deshonesto que se ve obligado a abandonar la revolución ciudadana. Preocupa, en definitiva, la rapidez con la que en este gobierno se muta del homenaje a la deshonra.