Cierta vez un Príncipe persa, recibió como regalo un hermoso cofre que guardaba en su interior un anillo con el diamante más fabuloso y perfecto que se haya encontrado en todo el mundo. Era un brillante puro, bella y delicadamente cortado, cuyo brillo hería la vista del que lo mirara.
El Príncipe que recibió el obsequio, quedó admirado por la belleza del cofre y lo guardó como un tesoro, puso a un lado el anillo con el brillante, del cual rápidamente se olvidó y todos los días admiraba fascinado la belleza, las líneas delicadas, los bellos grabados de la hermosa caja.
Pasaron los años, y el cofre, hecho de madera suave y hermosamente tallado, empezó a apolillarse y luego de otros años, prácticamente se deshizo un día en sus manos. El Príncipe entonces se acordó del anillo con diamante y por más que lo buscó, nunca pudo encontrarlo.
Este cuento de hadas, que parece nacido de una triste fantasía, es un cuento real, que se vive actualmente en muchas partes y a cada rato.
Muchos son los hombres que reciben en algún momento de su vida, una joya preciosísima dentro de un cofre espectacularmente hermoso, un alma pura, delicada y preciosa, dentro de un cuerpo perfecto, una mujer divina, que atrae la vista, que se dejan llevar solamente por lo externo, y no aprovechan lo más precioso de ese obsequio, lo que en realidad vale, la brillante y hermosa joya, el anillo con brillante que lleva dentro.
El cofre, lo externo, es perecedero. El alma es inmortal y es lo que en realidad tiene un valor incalculable.
Hay que apreciar la joya que existe dentro de cada mujer. El cofre va a perderse con el tiempo. Es bueno apreciarlo y disfrutarlo, pero no hay que perder lo verdaderamente valioso, que es la joya que contiene el cofre. No esperemos a que el cofre esté ya en mal estado para empezar a buscar la joya. Apreciemos el diamante desde el inicio. ¡Ese es el regalo que nos dio Dios en el matrimonio! Es aún peor en algunos casos, cuando se desprecia incluso el cofre y cuando al brillante se lo daña con el mal trato, se lo hiere con la indiferencia, se lo lastima con las armas del insulto y de los gritos, e incluso cuando no se lo limpia con dulzura y con amor para conservarlo siempre perfecto.
Qué poderoso el mensaje de este relato! Es lamentable no sólo cómo nos dejamos seducir por los cofres ajenos sino que también nosotros mismos no sabemos reconocer el diamante que llevamos dentro, fruto del soplo divino. Gracias por recordarnos que hay que cerrar los ojos para ver. Un abrazo. María José