Querida Paula:
No me conoces, pero yo te conozco lo suficiente como para quererte y escribirte esta carta. Tu mamá me ha hablado mucho de ti. Cuenta que en vida fuiste una mujer extraordinaria. De inteligencia brillante, espíritu de servicio y calidez humana. Psicóloga de profesión, trabajabas como voluntaria en una escuela para niños sin recursos. Vivías en un departamento en Madrid con Ernesto, tu esposo, en admirable austeridad franciscana. Un par de blusas y unos pocos bluyines, tus zapatillas de piel de conejo… Te desprendiste de toda vanidad y lujos para emperejilarte con el Amor Divino. “Ando buscando a Dios y se me escapa, mamá”, le decías. A tus veintiocho años Dios salió a tu encuentro y te premió con el sueño de la paz.
Después de conocerte a través de sus palabras, ¿cómo permanecer impasible ante tu historia? Eres un verdadero ejemplo de vida. Has logrado que cuestione mi vida, mi espacio, mi tiempo… Quiero ser como tú, Paula. Quiero desprenderme de mis vicios, mis excesos, mis egoísmos, mis miedos. Matar el deseo. Morir a mí, morir al mundo y nacer a la vida espiritual. Cultivar, como tú, esa sed de saber y reconocer lo esencial.
Sé que durante tu corta vida amaste con intensidad. Sembraste un amor veraz en tu familia, un amor palpitante en tu matrimonio y un amor desinteresado en el corazón de los más necesitados. Y porque amaste con intensidad fuiste muy feliz. El que ama es siempre feliz. La felicidad no es una alegría permanente porque el dolor es un aspecto inevitable de la vida humana. Por eso, el que construye su felicidad sobre bases no humanas, no terrenales, sino más bien espirituales, alcanza la felicidad. El gozo de amar, de respirar, de SER… Quiero aprender como tú Paula, que comprendiste que la felicidad no está en lo que se pueda palpar con los sentidos ni en la acumulación de bienes materiales. La felicidad es una perla escondida, un viaje al centro de uno mismo, la sensación de plenitud en medio del vacío; una decisión propia que requiere de mucha valentía, sencillez y desprendimiento.
Te escribo estas letras, Paula, para que sean un recordatorio vivo de lo que yo también espero con esfuerzo alcanzar. Gracias por tu huella, por tu silenciosa presencia y la generosidad de tu tiempo. Me atrevo a decirte que te quiero, aunque la mitad te conozca por los hechos y la otra mitad por intuición. Te quiero, porque no hay mejor cosa que querer.
Un abrazo hasta el Cielo,
María José
Es una verdadera poesía al amor, una apología maravillosa a la bondad. Una lectura para todos los jóvenes y muchos mayores.
No la felicito, me congratulo de que existan personas así. Quien lo escribió y quien la inspiró.
AL LEER TUS PALABRAS EL OXIGENO LLEGA Y ME ENTERNEZCO. a LA VEZ ME PREGUNTO CON
NOSTALGIA ; CUANTA O CUANTO HAY COMO TU
Raúl, me llena de gozo leer sus palabras. Muchas gracias por tan generoso comentario. En verdad es uno de esos libros en los que empiezas siendo tú y al terminarlo ya eres otro. Un abrazo.
Gracias por la sinceridad de tus palabras. Estoy segura que hay muchas almas valiosas que oxigenan nuestras vidas. Mantengo esa esperanza viva. Un abrazo.
Mi adorada Maria Jose:
Pocas veces he encontrado almas de tu sensibilidad. Eres una muchacha maravillosa, poseedora de un alma sensible, sencilla y tierna.
Esta carta a Paula, que no he podido comentarte sin sentir las lagrimas brotar, hablan, aparte de un alma como pocas de un espiritu dulce, maravilloso. Por favor, tu eres la linea que el mundo necesita para encontrar a Dios. No dejes de escribir.
Un beso
JFGR
Mi apreciado José Fernando:
Las lágrimas me impiden encontrar las palabras apropiadas. Todo lo que usted valora de mí yo lo valoro de igual forma en usted. Gracias por su cariño y la pureza de su espíritu. Lo admiro inmensamente. Con amor,
María José