La fiesta del ciclo de Navidad se cierra con la fiesta del Bautismo de Jesús que se celebró el domingo pasado. Nacimiento histórico y nacimiento meta histórico, o sea divino, son dos hechos de un solo proceso: hacernos trascendentes, reconocernos hijos e hijas de Dios, venidos de una misma fuente, llamados a la plenitud. Sentirnos uno de tantos, “mientras estaba en la fila, entre muchos, se bautizó Jesús”. Sentirnos los predilectos: “Tú eres mi hijo amado, en quien me complazco”.
¿Por qué nos bautizaron de pequeños, sin nuestro consentimiento? ¿Tenemos claro que en el bautismo de Jesús, se revela su identidad y misión, su procedencia y proyecto? ¿Tenemos claro la diferencia entre el bautismo de Juan con agua, mera purificación y conversión y el bautismo de Jesús, con fuego símbolo del Espíritu que transforma la vida e invade con pasión el fondo de nuestro ser que revela nuestra identidad y cualidad primera: llamados al infinito y no arrastrarnos en las trivialidades de la vida?
No es raro encontrarte con jóvenes que no tienen la menor idea de lo que significa el bautismo. Mucho menos comprenden la importancia de este sacramento en la tarea transformadora de la sociedad, en la vivencia de una espiritualidad. A lo mucho repiten lo que muchos adultos entienden de este sacramento, al estilo de Juan, como purificación de nuestros pecados, como rito que hay que repetir. ¿Cuántos padrinos han ayudado y ayudan a sus ahijados y ahijadas a vivir una vida cristiana con calidad, a contagiar una espiritualidad cristiana con sentido, producto de haber recibido el don del Espíritu Santo?
Los jóvenes de hoy tienen una gran tarea: entender que las cosas se hacen por convicción o no se deben hacer y vivir una espiritualidad para no sucumbir en un materialismo, hedonismo, consumismo e individualismo salvaje. Los bautizados son los que reconocen la fuerza del Espíritu y viven la espiritualidad. Palabra clave para crecer creyendo. Entendiéndola como algo que indica lo más hondo y decisivo en la vida, la pasión que anima, su inspiración ultima, lo que contagia a los demás, lo que esa persona va poniendo en el mundo. El espíritu alienta nuestros proyectos y compromisos, configura nuestros horizontes de valores y nuestra esperanza, según nuestro espíritu, así es nuestra espiritualidad.
Bautizarse, entonces, es más que recibir el Espíritu; es descubrirlo, desvelarlo para vivir al estilo de Jesús. Es descubrir el verdadero culto a Dios. Lo que agrada al Padre no solo ritos vacíos de amor, sino que vivamos en espíritu y verdad. Esa vida vivida con el Espíritu de Jesús y la verdad de su evangelio, es para los cristianos un auténtico culto a Dios.
¿Servirá la fe que te transmitieron tus padres para algo? Si la respuesta es sí. Entonces, en la elección de carrera, en el estilo de tu vida, Dios debe ser la prioridad y orientar tus proyectos. Que así sea. Y seas auténtico.