21 noviembre, 2024

El ataque de los grillos asesinos

Un día cualquiera, una persona cualquiera nace, y empieza a vivir en este
mundo complicado. Esa persona deber adaptarse al medio y hacer las cosas
tal cual, el promedio de la gente hace las cosas. Comer, dormir, las primeras
palabras…gatear, caminar, y luego, llega la hora de salir de casa, ¡para ir al
colegio!

Y de ahí sin parar, casi desde los dos años se destina a la pequeña persona
a una carrera sin fin. Estimulación temprana, maternal, pre kínder, kínder,
preparatoria, primaria, secundaria, universidad, diplomados, maestrías,
especializaciones varias, idiomas, arte, cultura, (…) Dentro de todo ese
historial de aprendizaje se va desarrollando la verdadera vida, pero tomando
la forma de un personaje secundario. Porque la verdadera vida no es lo que
hacemos mientras vivimos, sino lo que sentimos viviendo, hagamos lo que
hagamos.

Hoy, la importancia de la vida no es vivirla. Todo ha cambiado. Lo importante
de la vida es cuanto se logra avanzar en ella, según los parámetros exigidos
por una sociedad que parece que avanza, pero que en realidad es una
sociedad decadente… Logros educativos, económicos, políticos, inclusive
logros de farándula, belleza, y hasta chismográficos, cualquier cosa
que saque a esa pequeña persona al espectáculo de la vida. Ser alguien
“reconocido”, “valorado”, en este mundo anónimo. Mundo maravilloso que
pasa desapercibido, porque el mundo que parece real es el mundo falso, el
mundo del que dije primero, es un mundo complicado.

El teatro a donde nos vemos forzados a entrar en escena, estemos o no
de acuerdo con la obra y con el personaje. Y mientras la pequeña persona
sigue ejecutando su papel, el teatro que parecía inmune al tiempo va siendo
invadido por los fieros grillos mutantes. La obra de aquella vida bien podría
titularse, “el ataque de los grillos asesinos”.

Y pudiera suceder, que el que lea lo que está escrito pensará, que la autora
del mismo ha enloquecido. ¿Y quién no? ante el fervoroso multiplicar de
tanto insecto volador, que hace sentir más que imprescindible encender el
aire acondicionado e impide disfrutar de la semi-fresca ventisca húmeda del
atardecer, en nuestro real y desquiciado invierno costeño.

En fin, un mundo complicado, una sociedad decadente, unos grillos
mutantes, una pequeña persona que debe luchar, casi desde el vientre
materno, por su lugar en la vida, que nace y debe crecer, aprender y parecer.
Un teatro de actores, personajes inconformes, un escenario enturbiado por
los cambios climáticos. Lo que en el fondo nadie ha querido.

Un mundo fantástico y maravilloso, es lo que todos anhelamos, (o al menos,
la mayoría), aquel en el cual podemos ser, sentarnos a sentir la brisa, caminar
con libertad, mirar el cielo y evitar que los rayos del sol quemen los ojos… leí
en Facebook algo interesante, un padre que era feliz porque había enseñado
ya, a todos sus hijos, a hacer lo que el mejor sabía hacer y lo que más amaba
hacer: ¡surfear! Ese padre dijo: “Mi tarea de padre ha concluido, ya que le
enseñado a surfear a todos (mis hijos). Me acabo de tomar un whisky para
celebrarlo” ¡Intensas palabras!

En buena hora por esa sencilla manera de vivir y esa forma práctica y sincera
de alcanzar las metas. Como puede ser o debería, en la vida de cualquier
persona, enseñando la clave de la felicidad: hacer lo que más amamos.

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Muchos nos dicen “monos” (y creen que nos ofenden, cuando en realidad hasta nos hace gracia), otros se dicen a sí mismo “guayaquileño madera de Guerrero”, somos guayaquileños, ¡y eso es lo que importa!

Recordando algo de historia en este mes de Guayaquil en sus tradicionales fiestas julianas, los guayaquileños y guayaquileñas no debemos dejar pasar al olvido la leyenda que propicio el nombre de nuestra cálida ciudad.

Primero fue “Santiago”, y, es que los conquistadores españoles rendían así culto a su patrono, el apóstol Santiago. Llamando con ese nombre a la ciudad más grande de nuestro territorio. Lo que podemos decir, constituye para nosotros un gran honor. Luego, añadirían el nombre de “Guayaquil”.

Santiago, uno de los privilegiados “doce”, que iban y venían con Jesús, era hijo de Zebedeo y hermano de Juan, predicó el Evangelio hasta su muerte, cuando fue enviado a decapitar por el entonces rey de Judea, Herodes Agripa. Cuenta la tradición que al apóstol se le presentó la Virgen María en Zaragoza, la “Virgen del Pilar”, también patrona de los españoles.

No hay comentarios

  1. Su artículo me recuerda a una gran verdad expresada por Hemingway: «El hombre que ha empezado a vivir seriamente por dentro, empieza a vivir más sencillamente por fuera». Gracias por recordarnos lo esencial.
    Saludos,
    María José

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