Madrid octubre de 1965. Experimentaba mi primer otoño y estaba atento y asombrado por la inimaginable multiplicidad de colores de las hojas que se desprendían de sus árboles formando una alfombra inmensamente bella. Recogí un par de ellas y las puse al interior del libro que portaba. Nunca antes había traspasado la frontera de mi patria tropical por lo que la experiencia resultaba intensa y receptaba ese paisaje con una intensidad que todavía perdura en la retina. Las cuatro estaciones marcan el proceso vital de la naturaleza. La primavera en la niñez. Infancia y primera juventud, el verano la edad productiva, el otoño la sabiduría y la conciencia de que todo se acaba. Finalmente el invierno que es la vejez y la muerte. Luego todo empieza de nuevo y así año a año.
En ese otoño conocí a Jacinto Faya Viesca. Así, hace 48 años se inició una hermosa y estrecha relación de amistad destinada a durar hasta las 01h30 del 8 de enero del 2013.
Robusto, vivaz, conversador y muy intenso. Mantuvimos una amistad estrecha pese a la distancia. Él en Torreón y yo en Guayaquil, ciudades hermanas por así decretar el profundo aprecio que nos tuvimos. Como estudiantes deambulamos por las calles madrileñas y por esos oscuros y torcidos caminos filosóficos escarbábamos ideas, ideales y sueños. Pese a que era otoño estábamos en nuestra plena primavera y inconscientes de ello. La vida estaba todo por delante y compartíamos la idea de que ni el tiempo ni el espacio existe sino que son resultados o categorías que provienen de nuestras limitaciones humanas. Immanuel Kant era el guía y nosotros sus discípulos. El problema terrenal era como ganar dinero mientras tanto, pues ambos teníamos economías estrechas.
Leticia Rodríguez fue su esposa. Esbelta y deportista. Era nadadora de fondo y maratonista hasta que la salud se lo permitió. Jueza obligada en los concursos internacionales de orquídeas y arreglos florales. Bella e inteligente. Falleció el 20 de junio pasado, es decir seis meses antes que Jacinto. Casa y caso cerrados. Puros recuerdos. No hubo otoño y cayó de bruces el pleno invierto. El ayer ya no existe y tampoco el mañana. ¿De qué sirve lo que nos enseñó Kant si a la hora de la muerte eso no vale ni para un carajo. Lo que nos dijo el prusiano fue que la vida es tan solo un parpadeo, y que la ausencia de un ser querido solo significa que nos acercamos un poco más a nuestra propia inconsistencia.
Intelectual y emocionalmente Jacinto fue un ser superior en todo sentido. Abogado, notario, escritor, columnista y pensador, llegó a ocupar la Presidencia del Instituto Electoral y de Participación Ciudadana de Coahuila. Escribió 6 libros de Derecho y autor de una columna “Palabras de Poder” publicadas en los diarios Zócalo de Saltillo y el Siglo de Torreón. Posiblemente pronto estas columnas serán recopiladas por una casa editorial mexicana. Fueron entregas semanales profundas, versadas, académicas y llenas de un contenido humano y filosófico.
Como no ocupar un espacio de mi blog para rendir tributo a un amigo íntimo que afectivamente lo considero parte importante de mi historia. Fue mi gran confidente. De hecho en ¡Valió la Pena? que contiene mi relato auto biográfico hago menciones reiteradas de este personaje, quien lastimosamente no alcanzó a leer mis memorias dados los acontecimientos familiares y a su enfermedad que no esperaba semejante y tan brusco desenlace. Lo último que me dijo telefónicamente a propósito del fin de año, fue: “estoy cansado, estoy cansado.” ¿Jacinto cansado? ¡Imposible!
Quedan cuatro hijos, todos adultos y con los tributos físicos e intelectuales de sus padres. Jacinto, Alejandro, Héctor y José Antonio. A todos ellos los conocí desde pequeños y llevaran la posta. Desde aquí mi alargado abrazo. No hubo tiempo ni tampoco valentía para ver como sus cenizas daban prueba de lo efímero e insignificante de aquello que llamamos vida y que finalmente es tan solo un sueño. Siento que una parte de mí se ha ido y que definitivamente ya estoy viviendo el final de mi inevitable otoño.
Adiós, Jacinto. En el más allá seguiremos nuestras charlas.
Muy sentidas sus palabras,casi que se puede ver el desgaron en el medio del pecho.Lo entiendo perfectamente,por yo tambien he perdido y sufrido a los mas queridos de los amigos cuando se le adelantan a uno.Mis saludos y respetos.
Muy bonito y muy apropiado