Los recuerdos viajan en el tren de la memoria. Son pasajeros que aguardan su turno a la estación
de la conciencia, donde el pensamiento y la emoción hacen vibrar la experiencia.
Así es como termino pensando en Cuba, pues tuve la oportunidad de conocer dicha isla el año
pasado, cuando asistí a un Congreso de Psicología en la Universidad de La Habana; mas creo
firmemente que el verdadero aprendizaje se dio en la universidad de la vida. La probabilidad
de viajar a Cuba y no regresar con un corazón más humano o menos salvaje es indudablemente
remota.
Todavía me acuerdo de esa sensación de que el tiempo se detuvo en medio de aquellos vetustos
edificios, deteriorados y apagados, decorados únicamente con la ropa colgada para secar y las
caras inescrutables que se asomaban por el balcón. Abajo, en la calle, rodaban gustosamente los
coches clásicos americanos de los años 40 y 50, reanimando el insípido paisaje con sus vívidos
colores.
Mis compañeras de viaje y yo nos adentramos en el corazón de La Habana: su gente. Nos
encontramos siempre con rostros alegres y corazones embebidos en la sabiduría adquirida a raíz
de los tiempos difíciles. Conocimos a personas muy generosas y cálidas que nos invitaron a sus
hogares y compartieron con nosotras sus costumbres, sus miedos y sueños; su música, su religión
y su tiempo.
De entre ellas destaca Josef, el taxista, el cual recuerdo como mi “filósofo de La Habana”, pues
tenía esa manera tan sutil de profundizar en lo cotidiano. Me enseñó valiosas lecciones sobre la
familia, el trabajo honrado, la relación con Dios y la actitud ante la vida. Me contaba que él no era
ansioso, pues la ansiedad mata y en la vida hay que saber esperar.
A mí me sorprendía que dondequiera que fuéramos él se saludaba con alguien. Le comenté: “Aquí
todos son amigos de todos”, a lo que respondió: “Yo no tengo amigos, tengo conocidos. Mi único
amigo es mi hijo”. Entonces le pregunté, “¿Qué es un amigo?” Y me dijo: “Cuando tenga uno te
cuento”. Sus palabras cayeron como un balde de agua fría que bañaron rincones de mi conciencia
que no sabía que existían.
Y así, cerca del recuerdo de Josef rondan imágenes de Augusto quien nos invitó a su casa a tomar
café, de la guía que nos habló de Hemingway como un viejo amigo o la señora que nos deleitó con
su talento para el piano. Cómo olvidar al joven que intentó en vano convertirme a la santería o al
precioso bebé de ojos oceánicos que se acurrucó en mi pecho, porque así lo sentía.
Este es pues el recuento de mi estadía en mi vieja Habana de la soledad, la cual conservo en mi
corazón como una bella y lejana poesía.
Bella descripcion de un viaje al interior de un pueblo…
¡Qué idea de irse a meter alla! Cuba y su gente, es con certeza digna de ser estudiada desde un plano humano y sicológico.
Es incomprensible el aguante que ha debido soportado esa pobre gente. La falta de libertades debe ser horripilante. La miseria impuesta desde arriba debe ser desesperante. ¿Qué mas se puede hacer bajo esas circunstancias, a no ser esperar y conformarse?
Francamente, encuentro estupida y descabellada la idea de que su centro de estudios la envíe a un lugar tan atrasado, para estudiar el genero humano. Eso suena a arreglo politiquero de la parte de los nostálgicos de la utopia comunista.
Por otro lado es bueno que haya podido ver con sus propios ojos, hasta adonde puede llevar a un pueblo, la doctrina torcida de sus dirigentes, que como todos sabemos llevan unas vidas de príncipes.