Bolívar, el eterno vencedor, desconoce el mérito de Sucre en la rendición de Pasto y se atribuye el sometimiento de la región, cuando la verdad es que no pudo pasar por sí solo las infranqueables posiciones españolas en las alturas de Bomboná: “El general Sucre, el día de la acción, no sacó más ventajas que yo, a decir verdad, nosotros hemos tomado el baluarte del Sur y él se ha cogido la Capúa de nuestras conquistas (notable triunfo de Aníbal tras el cruce de los Alpes). Yo vuelo a Quito a ver si los bochinches del Sur cesan; lo peor es que tengo una fuerte inclinación a no dejar que se burlen de Colombia, porque es muy duro ceder después de triunfos (…) Sucre quedará mandando en Quito y yo pasaré al Sur con las tropas, con el objeto de pacificar aquello y de tener una entrevista con San Martín. Supongo que en esta marcha militar no perderé nada, al contrario, redondearé a Colombia, según son mis deseos y deben ser las probabilidades; porque Vd. sabe que Guayaquil no es Cartagena, que se defiende con sus murallas, y porque además yo empleo más la política que la fuerza en las empresas de esta naturaleza (…) y con esto adiós, hasta Quito” (Carta a Santander desde Pasto, 09/06/1822).
Una vez en Quito, el Libertador se dedicó a escribir y a expresar en todos los tonos posibles su satisfacción por haber concluido la independencia de Colombia: a San Martín: “Tengo la mayor satisfacción de anunciar a V.E. que la guerra de Colombia está terminada”. A los generales marqués del Toro y Fernando Toro: “Este hermoso país, tan colombiano y tan patriota (…) formará el más grande departamento de Colombia”. Al general Juan de Escalona: “Ya estamos en Quito libre y colombiano. Todo está por nosotros en este vasto país, sin que nos falte más que Guayaquil, para donde parto a llevar la ley de Colombia.” Y a Santander: “solamente Guayaquil me da cuidado, pero Guayaquil por su cuidado puede envolvernos también en una de dos luchas: con el Perú, si la forzamos a reconocer a Colombia o con el sur de Colombia si la dejamos independiente, triunfante e incendiaria con sus principios de egoísmo patrio”. Guayaquil se convirtió en instrumento y medio para alcanzar metas. No importó la historia ni lo que sus hombres se proponían.
El 22 de junio nuevamente escribe a San Martín: “La conducta del gobierno de Colombia ha seguido la misma marcha que V.E.; pero al fin, no pudiendo ya tolerar el espíritu de facción, que ha retardado el éxito de la guerra y que amenaza inundar en desorden todo el Sur de Colombia, ha tomado definitivamente la resolución de no permitir más tiempo la existencia anticonstitucional de una Junta que es el azote de Guayaquil y no el órgano de su voluntad. Quizá V.E. no habrá tenido noticia bastante imparcial del estado de conflicto en que gime aquella provincia, porque una docena de ambiciosos pretenden mandarla. Diré a V.E. un solo rasgo de espantosa anarquía: no pudiendo lograr los facciosos la pluralidad en ciertas elecciones, mandaron poner en libertad el presidio de Guayaquil para que los nombres de estos delincuentes formaran la preponderancia a favor de su partido. Creo que la historia del Bajo Imperio no presenta un ejemplo más escandaloso”.
Bolívar hizo su entrada triunfal a Quito el 16 de junio de 1822, 23 días después que todo el territorio que formaría el Ecuador ya era libre, y al día siguiente, el 17, hasta el 22 de junio, escribió numerosas cartas solazándose de un triunfo que alcanzaron otros a su nombre, dirigidas dos a San Martín, al marqués del Toro, a Juan Escalona, y a Santander (Vicente Lecuna “Bolívar, Obras Completas, Tomo I, Págs. 643-650). En ellas podemos leer que, con tal de justificar el atropello distorsiona la verdad. Y a sabiendas de su falsedad, se hace eco de las calumnias salidas de sus propios partidarios que buscaban incitarlo a tomar medidas drásticas.
Mientras permaneció en Quito se dedicó a organizar el gobierno del departamento, “es una capital recién tomada, a la cual se deben dar leyes de Colombia (…) no tengo tiempo para nada, no me faltan ratos para escribir, pero me sobran meditaciones sobre lo que debo hacer con un grande y bello país”. Finalmente decide que “el general Sucre, su libertador, lo mandará con el mayor aplauso de sus pueblos”, lo cual le permitiría desplazarse para someter a Guayaquil. Mientras permaneció en la capital no solo envió, sino que también recibió muchas cartas, de los mismos que a la llegada de Sucre, en 1821, le llenaron la cabeza con opiniones interesadas.
De Guayaquil le llegarían diatribas y acusaciones cada una de ellas más injusta que la otra, contra Olmedo, Roca y Ximena, los grandes conductores del proyecto libertario de Guayaquil. Los aduladores que pronto aparecen como moscas alrededor de cualquier pastel se apretujaban en torno a Bolívar. La anexión implicaba la proliferación de cargos públicos que muchos anhelaban ocupar. A otros seguramente los movía la venganza. Estos fueron estímulos a Bolívar, que era un gran conocedor de la sicología social, de las debilidades humanas y de cuanto son capaces de hacer los aduladores por figurar. El libertador prestó oídos a estas ruindades, que las inscribía y utilizaba para viabilizar su proyecto geopolítico y someter a los guayaquileños.
Sucre, al igual que el Libertador, prefirió escuchar a quienes lo adulaban y se decían colombianistas, antes que a los miembros de una “Junta que ya había demostrado una total independencia de criterio” (Julio Estrada Icaza). La actividad política que desplegó fue intensa, la cual se conserva en su correspondencia. Para neutralizar al general Andrés de Santa Cruz, comandante del ejército internacional que junto a Sucre, triunfó de Pichincha, y para que no intente intervenir contra la anexión de Guayaquil, promete enviar tropas al Perú tan pronto la provincia se someta. Con esto halaga los sentimientos patrióticos del peruano, y quita del camino la posibilidad que este respaldase las pretensiones de San Martín.
Los primeros días de julio de 1822, Bolívar inicia la marcha hacia la Costa, y como estaba seguro de sufrir una fuerte oposición de los guayaquileños, el 3 de ese mes le escribe a La Mar desde Guaranda, y lo compromete para que juntamente con sus edecanes se adelantasen a Guayaquil y “preparasen en parte los auxilios y en parte la opinión”. Este cúmulo de pasos políticos que daba Bolívar culminan en la afirmación que consta en la carta que figura en párrafos anteriores, dirigida a Santander, en la que dice que hay que mantener la importancia de Quito, elevarla y soportarla, “para que Guayaquil no sea la capital del Departamento del Sur y no tenga influencia en las provincias subalternas”. He aquí el proyecto político de Bolívar respecto a Guayaquil. Todas sus actitudes que sellaron el destino de la Provincia Libre y sin siquiera proponerse comprenderlo, provocaron la demolición de un proyecto democrático ejemplar.
Bolívar se encontraba acantonado en Babahoyo con sus 3.000 hombres de la Guardia, desde su cuartel general ejercía presión tanto sobre la Junta de Gobierno como sobre la sociedad guayaquileña. Incluso asoman visos de medidas de coerción y ocupación militar de hecho. El jueves 11 de julio, a las cuatro de la tarde, desde el Malecón se avistó la falúa que lo conducía, empezó la salva general que anunciaba al pueblo su llegada. A las cinco de la tarde entró en la ciudad, con 1.300 bayonetas, había dejado un retaguardia de 1.700 soldados en Babahoyo; a las seis ingresó a la casa de gobierno donde lo esperaban las autoridades.
Esa misma tarde notificó a los miembros de la Junta que cesaban en sus funciones, al tiempo que los bolivaristas arriaban la bandera de Guayaquil Independiente e izaban en un mástil del puerto el tricolor colombiano. Olmedo y los otros miembros del gobierno, se retiraron de la recepción. Supuestamente Bolívar había vencido. Pero no lo consiguió hacer ni con democracia, consenso ni aceptación de sus líderes. Para someter la ciudad, virtualmente requirió de una operación militar.
Guayaquil era muy débil militarmente para enfrentarlo. Haciendo un breve análisis encontraremos lo fácil que le resultó: la ciudad tenía entonces aproximadamente 20.000 habitantes. Asumamos que la mitad eran mujeres y de la otra mitad, si descontamos los niños, ancianos y los cuatro gatos que estaban de acuerdo con la anexión incondicional a Colombia, podríamos asumir que habrían unos 5.000 jóvenes aptos para ser reclutados, y tendríamos 1.66 hombres bisoños desarmados para enfrentar a 3.000 veteranos de cien combates, con que tamaño personaje salió de Quito. Por eso, ufanándose de los resultados, escribe a Santander (22/07/1822): “no fue absolutamente violento, y no se empleó la fuerza, mas se dirá que fue el respeto a la fuerza que cedieron estos señores.”
Sin embargo, Olmedo no vaciló en mantener la vigencia del Reglamento Provisorio constitucional en cuanto a dejar en manos de la Junta Electoral la decisión final sobre el futuro de la Provincia. Por tres veces consecutivas, fue negada la incorporación incondicional que exigía Bolívar, pero él, solo aceptaba su visión y decisión. Finalmente, actuó como el guerrero que era, tomó Guayaquil por la fuerza, cesó a los miembros de la Junta de Gobierno, los obligó a salir de la ciudad y a precipitarse al exilio.
Gracias estimado maestro por ilustrarnos con sus enseñanzas.