De unos meses para acá estoy en una disyuntiva: ¿Nací en el mejor o el peor momento del Siglo pasado?
Todos los de mi época, teníamos mucho miedo de que el maestro le llegase a contar a nuestros padres que nos habíamos portado mal; porque sabíamos que vendrían tras piedras palos.
Las señoras o señores de barrio nos conocían a todos y aunque no había BlackBerry ni internet, ni siquiera muchos teléfonos de línea, nuestros Padres recibían tremendos reportes de nuestro comportamiento. ¡Yo lo escuché decirle estúpido!
En esa época en que llamarte “maricón” demandaba puñete a la salida a la necesidad inmediata de lavar con sangre cualquier insinuación sobre las virtudes de nuestras madres.
Salir bien en el Colegio era una obligación familiar, cómo la del Padre proveer a la casa y las Madres a darnos amor educándonos y mandarnos a hacer mandados; por salir bien no te llevaban ni a Salinas, menos a Disney.
Los mayores eran: Señor y señora, y si portaban un paquete debíamos ofrecernos (con buena cara) a acarrearlo nosotros.
Recuerdo que en el tiempo libre desde los seis años acompañaba al trabajo a mi padre o a visitar y ver que le faltaba a algún empleado enfermo, aunque esa parte me gustaba mucho porque adoraba a mi padre y por supuesto a mi madre.
¿Cómo me/nos aguantaban? Es imposible decir sin admitir que me amaban a mí y mis hermanas mucho. No hace mucho tratábamos de juntos los hermanos encontrar alguna cosa mala, sólo pudimos terminar el debate reconociendo que en lo único que pecaron es en dar su vida por nosotros.
Mi Padre, al igual que mis tíos, hombres fuertes y masculinos, se le fue la mano cuando me pidió a “París” y en la orden puso: Triple dosis de testosterona.
Y llegó el momento en que crecimos. A los diez me salió la barba pero no me dejaban afeitar ¡porque era el bebé de la casa! Entonces iba adónde el peluquero a que me pase la máquina.
Por diferentes motivos más fuertes que la falta de capacidad crediticia junto al temor de que se enteren los padres, pasamos un par de años en que no podíamos ir a visitar “las chicas malas” que nosotros todos los amigos veíamos ¡buenísimas!
Eso me llevó a una experiencia: Quería adquirir una de esas cosas que en aquél entonces se pedía virando la cara al boticario y mascullando un preservativo ilustre nombre que bajaba la gravedad de pedir un condón.
Bien. Una noche gasté más de media hora (en ese entonces era tiempo suficiente para darle dos vueltas a la ciudad entera) buscando el lugar ideal ¡Y lo encontré! Una mini droguería, lúgubre, casi iluminada con un foco de 40w. Y valiente Antonio me bajé, seguí el procedimiento de virar la cabeza y pedí un preservativo. Me fue entregado, pagué y salía caminando de lado… Cuando oigo un vozarrón ¿Qué es de Jorge, cómo está, hace tiempo que no nos vemos… salúdalo?
Si no fuera por el exceso de vapor que llevaba en la caldera todo se terminaba ahí. El doctor en farmacéutica nunca recibió respuesta y agradezco que se haya olvidado o haya tenido pena de ver que casi me mata.
A falta de muchas cosas de la “evolución”, al menos yo era un asiduo lector del libro “El Médico en su Hogar”, dado que tenía una foto del sistema digestivo y pulmonar de una mujer; eso y mucha imaginación me hacía sentir que había mucho calor en la ciudad.
No sé en que edad se encuentra usted, pero es como si fuera mi historia.
Hoy en día sobran «alternativos???»
Los niños y jóvenes no hablan, solo usan los dedos en aparatitos tecnológicos.
Felicitaciones por su comentario refrescante.