Cuando se produce algún tipo de desajuste en nuestro quehacer diario no hay nada más saludable y confortable que elevar los ojos al cielo y comprobar que lo que se mueve mucho más allá de nuestras cabezas lo hace con una exquisita dosis de equilibrio y serenidad.
La luna se mueve y lo hace trasladándose alrededor de la Tierra, ésta alrededor del Sol y éste alrededor del centro de la galaxia a la que pertenecemos todos nosotros; se mueven así desde tiempos inmemoriales, lo siguen haciendo y continuarán de igual modo durante mucho tiempo.
¿Qué pasa? Es que en el universo el sistema de gobierno que impera es el despotismo? “Yo, cual estrella dominante, como soy más grande que tú, miserable planeta, te exijo que des vueltas a mi alrededor eternamente”. Y el planeta, que así se mueve sin rechistar, se relame en su giro mientras le recuerda en voz baja a la estrella que a ella también le corresponde trasladarse alrededor de alguien más grande mientras mira de reojo, con regocijo y desahogo, a su satélite que da vueltas en torno a él.
Si así elevamos la vista al cosmos e interpretamos de tal manera el espectáculo celestial, además de un posible mareo por tal meneo rotatorio, caeremos en la tentación de una visión superficial o frívola del espacio, como muchas veces nos ocurre en la vida diaria que opinamos sobre un asunto cuando sólo hemos sido capaces de descifrar la capa más visible del mismo.
Pues bien, efectivamente así se mueven los objetos en el espacio pero no por imposición de unos a otros sino por el resultado de la actuación de dos fuerzas que se oponen y neutralizan: Por un lado la gravitación que los atrae en función de su masa y por otra la fuerza debida al movimiento que tiende a alejarse. Si la tierra decide sestear por un instante, se distrae de sus obligaciones diarias y no ejerce su atracción sobre la luna, ésta saldría disparada por el espacio libremente, fruto de su movimiento y quedaría a merced del mismo, sin rumbo, sin destino, olvidada a su suerte. Igualmente, si la luna no mantiene su espíritu expansivo, su ilusión por caminar dentro de un orden concertado, quedará atrapada entre las redes terrestres, se vería abocada a un triste y siniestro final.
Y nosotros? También formamos parte de este entramado sideral, pues claro que sí, lo que implica de alguna manera que también dentro de nosotros estas fuerzas interactúan: el cuerpo y el espíritu. Uno que tiende a encerrarnos en nosotros mismos por la fuerza de la gravitación y otro que tiende a expandirnos, a hacernos libres. Uno que tiende a hacernos más pesados, más perezosos, más instintivos, más egocéntricos y otro que nos lleva a ser más activos, más autosuficientes, más creativos, más audaces. Queda pendiente para nosotros el desafío de lograr un equilibrio entre ambas fuerzas y así vibrar al movimiento de los astros luminosos.
Quizás, algún día, puede ser por qué no, se instale en una parte del firmamento una crisis por estallido de la burbuja gaseosa o sideral y ante tal desajuste les sea confortable y saludable observarnos plácidamente a nosotros los humanos donde reina el equilibrio y la serenidad.