Bolívar apenas permaneció por tres años en el Perú, llegó como libertador en septiembre de 1823, y a los cinco meses ya era Dictador. Tan pronto llegó a Lima derogó la constitución liberal vigente en ese país, que había sido el resultado de debates parlamentarios e impuso su constitución boliviana. Llevó al Perú a sus amigos y deportó a todo político opuesto a sus ideas aristocráticas, centralistas y vitalicias. A los tres años había aceptado ser Presidente Vitalicio, pero debió salir subrepticiamente hacia Colombia y Venezuela que ardían en inquietudes políticas y rebeliones, amenazando su sueño colombiano, que se le escapaba como agua entre los dedos.
“Ayer he recibido un oficial posta de Panamá, trayéndome la noticia de que el general Páez (José Antonio) ha desobedecido la orden que le dio el gobierno a consecuencia de la acusación que se introdujo contra él en el senado (…) Sea lo que sea, yo me he determinado ir a Colombia a arreglar este desorden, que nos sería tan funesto y a dar la última mano en la consolidación de Colombia que está amenazada de una ruina completa” (carta al general Gamarra, 28/06/1826).
“Por este correo será Vd. Informado de los últimos acontecimientos en esta capital (Lima), que, a la verdad se ha mostrado muy superior a cuanto podía esperarse del pueblo más agradecido. El Colegio Electoral de esta provincia ha sancionado unánimemente la constitución boliviana y me ha proclamado presidente perpetuo” (Ídem,18/08/1826).
El 4 de septiembre de 1826, luego de escribir al general Antonio Gutiérrez (01/09/1826): “y volveré sin falta dentro de un año, cuando más”, Bolívar zarpó hacia Colombia y tan pronto llegó a Guayaquil el 14, escribió al general Pedro Briceño Méndez: “He llegado por fin aquí y sigo rápidamente a Bogotá lleno de esperanzas de calmar las agitaciones de nuestra patria (…) Los departamentos de Guayaquil, Ecuador y el Azuay me han aclamado dictador (porque se creía que era el camino para evitar la desintegración), quizá harán otro tanto en Cauca y los demás. Esta base apoyará mis operaciones y me presentará los medios para organizarlo todo”.
Bolívar tenía múltiples virtudes: un demonio en la guerra, un político audaz y de una tenacidad indomable, pero la que más lo marcó fue aquello de ser un astuto seductor, de políticos, pobres y ricos, soldados y masas. Era “un hombre menudo que bebía poco, bailaba como un dios, jamás fumó, tenía predilección por la hamaca, y apenas empleaba el benigno “carajo” como palabrota” (Herbert Morote, 2007). A pesar de su pequeña estatura, 1.63 mts., y su “color levemente moreno que podría delatar un antepasado negro” (Morote), era un conquistador de mujeres y erotómano insaciable que le resultaba imposible prescindir de ellas aun en más cruenta de sus campañas.
Los fracasos de Bolívar se debieron a factores ajenos a su control, pues fue víctima de los tiempos que le tocaron vivir. Comenzó a luchar por la independencia en 1810 y murió en 1830 solitario, repudiado por las naciones a las que había liberado y desgobernado, “fue un mejor imitador de Napoleón que de las instituciones británicas a las que tanto admiraba, un líder en quien el instinto militar ansioso de gloria y orden y el instinto civil favorable a las instituciones de largo plazo convivían en desigual proporción, de modo que el primero doblegó al segundo” (Biografía, John Lynch, 2009).
Lynch admite que el sueño bolivariano de unir a los distintos países era “ilusorio”, pues subestimaba el poder del faccionalismo; pero justifica el esfuerzo de Bolívar por ser un líder supranacional basándose en las necesidades políticas de la hora. “Entendió que la liberación de Venezuela y Nueva Granada no podría ser alcanzada por separado, teniendo en cuenta la capacidad de España para explotar la línea divisoria (…) Un frente unificado tenía entonces que ser protegido contra la contrarrevolución española desde el sur y por lo tanto Ecuador tenía que ser conquistado e incorporado a la unión”.
Bolívar era un apasionado amante de la gloria, en una ocasión había dicho que odiaba gobernar tanto como amaba la gloria, que tenía pasión por los asuntos militares, que aborrecía la administración. “Respecto a mi, nadie desea tanto la consolidación de América y mi gloria” (a Gamarra, 28/06/1826). Esta fue la razón por la que desatendió los asuntos de Estado, dejándolos en manos sus vicepresidentes para poder continuar con sus acciones militares. Después de convertirse en Presidente de la República de Colombia, donde no regresó durante cinco años, dejó a cargo a su vicepresidente Francisco de Paula Santander. En ese tiempo, exasperó al gobierno colombiano y a los guayaquileños con constantes solicitudes de dinero del que ya no disponían para financiar sus campañas, la permanencia de él en Lima y las tropas colombianas de ocupación. En medio de esto, se las arregló para enviar cartas dando su opinión sobre toda clase de cuestiones políticas y administrativas de las que se encontraba muy lejos.
José García Hamilton, un estudioso argentino de Bolívar, considera que el Libertador fue consistentemente dictatorial: “En su carta desde Jamaica (1815) y en la Convención Constituyente de Angostura (1819), Bolívar postula un sistema político con presidente vitalicio, una cámara de senadores hereditarios integrada por los generales de la independencia (…) La Convención de Angostura no aprueba este sistema para Venezuela ni tampoco la aprueba para Nueva Granada en la siguiente convención de Cúcuta, pero luego Bolívar, en la flamante Bolivia, redacta personalmente una constitución con esas características, que luego es aprobada para el Perú. Luego pretende que ese sistema se extienda a la Gran Colombia, pero Santander rechaza que esa sanción se haga mediante actas populares, por no ser un procedimiento legal.
“No será legal”, contesta Bolívar, “pero es popular y por lo tanto propio de una república eminentemente democrática”. Bolívar crea el populismo militar como medio de gobierno para América Latina, pese a que Santander en Bogotá y Bernardino Rivadavia en Buenos Aires se opusieron tenazmente. Bolívar miraba con desprecio a los caudillos y caciques locales que no coincidían con él en sus propósitos, pero quienes lo secundaban lo hacía muy feliz. “En 1821 Bolívar emitió un decreto que en efecto institucionalizaba el caudillismo mediante el establecimiento de dos regiones político-militares, una al este y la otra al oeste, controladas por dos caudillos que más tarde lo atormentaron a él y al país. Ambos usurparon grandes extensiones de tierra y crearon virtuales dictaduras en sus respectivos feudos” (John Lynch).
“Los dictadores no son culpables únicamente de los males que hacen durante su vida; también son responsables de los males que preparan y estallan después de su muerte. Al envilecer a la generación que tienen bajo su imperio, la disponen a sobrellevar toda clase de yugo. No, la dictadura nunca es un bien. Ninguno es tan superior sobre su país y su siglo, para tener derecho a desheredar a sus conciudadanos y encorvarlos bajo su pretendida superioridad como si fuese el único juez. Cualquier ambicioso puede imitarlo más tarde, y aún el más estúpido, lo intentará si tiene la fuerza en su mano” (Respuesta de Benjamín Constant a la propaganda bolivariana hecha en Francia por el abate De Prat).
Bolívar, pese a que sus fanáticos y mitómanos no lo reconocen (como sería lo honesto pues es la verdad histórica), cometió cuatro grandes errores que ensombrecen su reputación: su traición a Francisco de Miranda, precursor de la independencia de América del Sur; el ajusticiamiento de cientos de prisioneros en La Guaira; la guerra a muerte que decretó al inicio de la campaña que condujo al establecimiento de la segunda república; y el injusto fusilamiento de Manuel Piar, uno de sus más leales oficiales, por insubordinación.
Durante la ausencia de Bolívar, Santander, como un político ceñido a un moderado liberalismo, logró estabilizar el Gobierno, mantuvo a raya la anarquía sin atropellar los derechos civiles, sostuvo la guerra e intentó establecer reformas sociales, conducta muy diferente del gobierno militarista venezolano de José Antonio Páez. Sin embargo, pese a esta actitud ejemplar, no logró estabilizar las finanzas. una grave recesión, producto de la guerra, y la negativa de las élites a pagar impuestos a la renta y de sus propiedades. Fue una latente bancarrota que “contribuyó más que cualquier otro factor al colapso del liberalismo santanderiano y finalmente por igual a la dictadura de Bolívar” (David Bushnell, The Santander Regime in Gran Colombia, 1970). Los permanentes déficits del presupuesto y el fracaso por equilibrarlos; una administración pública, mal pagada e ineficiente, bloqueaban todo intento del Gobierno de alcanzar transformaciones necesarias.
Dos presiones acosaban a Santander, conservadores y federalistas, divididos a la ve en: unos liberales centralistas, partidarios de gobiernos fuertes, otros federalistas, porque creían que sería más democrático. Conservadores que aspiraban al centralismo autoritario y otros que favorecían los intereses regionales contra el liberalismo centralista. Y un Bolívar conservador y centralista que se negaba a ser administrador, que prefería guerrear. Un Libertador que había liberado cinco naciones, no aceptaba verse limitado por congreso alguno ni por las leyes que él mismo había propiciado.
¿Es en cierto modo, una coincidencia o un paralelismo, lo que estamos presenciando hoy en la Venezuela de Chávez y en el Ecuador de Correa?
Sr. Gomez, gracias por su aporte a la educacion historica de todos nosotros. Que buenos libros usted recomienda sobre este tema y que sean de autores neutrales?