¿QUÉ DE NUEVO ME TRAE LA SEMANA SANTA? ¿Cómo contagio mi fe y mi esperanza en cada semana Santa? No hay duda que los tiempos cambian, pero hay cosas que perduran porque significan algo para la vida de las personas que la realizan. Esto es lo que los católicos hacemos con nuestros ritos, símbolos y liturgias.
La Semana Santa, como la solemos llamar, es un resumen de todo lo que dio origen a la comunidad de creyentes, que hoy llamamos Iglesia, como mensajera de un proyecto mayor. Cada bautizado es, debe ser un discípulo de aquel que pasó por el mundo haciendo el bien, se hizo hombre dice nuestra fe, para realizar un proyecto: el proyecto de Dios, en un espacio: la realidad, nuestro mundo, en un tiempo el ayer y el hoy, la contingente y lo eterno. La semana santa la solemos reducir a tres días, que representa la esencia del mensaje; jueves santo, la cena del Señor con sus discípulos, viernes santo, su crucifixión y muerte, sábado santo, que nos saltamos con facilidad, el silencio, el duelo de la despedida de aquel que murió en la cruz para festejar la resurrección, en la vigilia Pascual. Los tres momentos y espacios son una única realidad, a eso llamamos MISTERIO PASCUAL.
Para comprender el misterio pascual, debo comprender ¿de dónde vengo? y ¿a dónde voy? A su vez, para comprender estas preguntas debo saber explicitar ¿el para qué estoy en este mundo? y ¿por qué soy quién soy? Normalmente no nos han enseñado a comprender la fe desde mi existencia, si no la existencia desde mi fe. El primero es un recorrido de mi realidad humana a la divina, el sentido de mi vida se juega en comprender que vengo de Dios y a Dios debo volver, pero mostrando todo mi esfuerzo por colaborar con él para hacer de su creación, de su mundo un lugar donde reina la paz, la fraternidad, la justicia. El segundo camino me da órdenes, me señala lo que debo hacer, me da más seguridad al tener las respuestas ya dadas, pero me priva del riesgo y de otras aventuras de la realidad.
¿Qué celebramos en la Semana Santa? Simplemente la PLENITUD DEL AMOR. Comprender que quien ama es fiel hasta el final, se las juega el todo por el todo por el ser o seres amados y nos contagia una vida de entrega, de alguien que nos muestra que la maldad puede ser destruida y que la fuerza del amor renace de las cenizas y se abre paso en las oscuridades para hacer brillar la justicia, la verdad y la belleza. Eso es lo que Jesús nos muestra en el lavado de los pies a sus discípulos, la grandeza está en la humidad verdadera, en cargar la cruz como solidaridad con los que sufren en la historia y con los crucificados en la misma para bajarlos de allí y mostrarle la misericordia del padre, respetando el silencio como escucha de la realidad profunda que explota en luces y alegría que nos trae la resurrección.
El “desvivido por los demás, está vivo”. La semana Santa nos recuerda la “Historia de un Viviente”, y nos invita a proseguir su causa. Nos invita a sentir la plenitud del amor, como nos lo señala Juan (15: 13): “nadie tiene más amor, que el que da la vida por sus amigos”, a experimentar lo que Pablo nos contagió: que Jesús es aquel “quien me amó y se entregó por mi”. Por lo tanto, cuando celebro la semana santa hago memoria del proyecto de amor de Dios Padre, de la realización histórica de ese proyecto en la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús, y en la fuerza del Espíritu Santo que se derramó en la cruz y en su palabra de esperanza: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc. 23: 46).
Jesús sigue amando. Nos da responsabilidades, como a Pedro, tú serás roca de la Iglesia”, no por la fidelidad que tuvo por Jesús, sino la fidelidad que tiene Jesús por él. No se nos pide el testimonio de nuestras fidelidades, sino que seamos testigos de la fidelidad del Señor para con nosotros. Este tiempo pascual que hoy celebramos me llama a experimentar en mi vida y contagiar a los demás esa paz, ese gozo, ese amor que me transmite la certeza de quien nos amó plenamente.
¿Y qué hay del amor a sí mismo?