Amo tanto los árboles, de todas las formas y colores. Los grandes, los pequeños, los
majestuosos, los desnudos… Amo la historia detrás de su corteza. Hay, por ejemplo, árboles
altos con copas pomposas que parecen mujeres de la más distinguida clase. Hay otros enanos,
menudas siluetas que acarician el cielo con divertida gracia. Están también los delgados
invernales que exponen osadamente sus ramas desnudas, mostrándole a la naturaleza que no
tienen nada que ocultar. Cómo olvidar a los tradicionales verdes que no cambian de color por
miedo a quebrantar la normativa silvestre o a los viejos navideños que se entregan como obra
de caridad una vez por año.
Hay árboles tan alegres que cada vez que ríen brotan dulces frutos. Hay otros, en cambio, tan
tristes que al llorar dejan caer sus flores para desprenderse de viejos amores. Hay árboles que
atraen por sus colores y otros que atraen por sus dolores. Hay árboles que crecen en estatura
pero se encogen de amargura. Hay otros, en cambio, que reconocen que primero fueron semilla
y se extienden humildemente hasta formar bosques resplandecientes.
Amo tanto los árboles y ellos me aman a mí. Cuando la nostalgia me invade o los pensamientos
me atormentan, me abrazo al tronco de algún árbol amoroso. El sonido que provoca el roce
de sus ramas con el viento se parece al susurro de una voz maternal y su sombra dibujada en
el suelo es el reflejo de la compañía de una amistad silenciosa. Y me adentro en la experiencia
mística de dejarse consolar por la naturaleza viva.
Amar a los árboles no es cuestión de ciencia ni tampoco de imaginación. Es la apertura del
ser hacia el misterio del universo, la comprensión consciente de que todo es vida, aún lo que
no habla, pues el silencio también es vida. Amar a los árboles es entender que el amor tiene
manifestaciones diversas y espontáneas que son percibidas por los corazones perspicaces
abiertos a la experiencia. Amar a los árboles es ver brazos donde otros ven ramas, intuir su
interior donde otros sólo advierten corteza.
Tanto amo los árboles que me animé a tejer estas palabras para ellos, pues uno sólo escribe
sobre lo que es importante para uno. No es fácil escoger las palabras indicadas cuando se
pretende describir lo indescriptible. Otras veces es como tomar clases de dictado, el corazón
nombra sus emociones y la mente las transcribe en el diario de la memoria. Lo cierto es que sólo
quería decir una cosa… ¡Que amo tanto los árboles y ellos a mí!
Estimada Ma. José.
La felicito por este especial artículo en el que demuestra su aprecio por los seres vivos, en este caso arboles.
Como idea y para que afiance y aprecie de mejor forma esta relación se me ocurre que podría usted incursionar en hacer un bonsái desde su semilla, es decir sembrándolo.
Este proceso demora años pero lo disfrutara.
Atentos Saludos.
Walter.
Walter,
Muchas gracias por sus palabras y por tan ingeniosa idea. De seguro con dicho proyecto podré sembrar otros árboles intangibles. Saludos. María José
Que bello Maria Jose no te imaginas como representas lo que yo siento por ellos…Cariños