Las pasadas semanas el cerebro ha trabajado en su mayor potencial: La expoliación sufrida por los venezolanos maniobrada por los Castro-comunistas, ha sido tratada con medidas frías. El terrorismo y guerras fratricidas; los secuestros; los asesinatos demenciales; la concupiscencia; la alegoría de la amoralidad convalidada por la vida fácil… Exige rebelarse.
Se ha estimado que en el pasado año treinta y dos millones de personas se han desplazado de su lugar de vivienda por catástrofes naturales; las que se pronostican, con alarma subjetiva, que se incrementarán.
La profecía de Santa Mariana de Jesús, Azucena de Quito Año, de que “el Ecuador no se terminará por los terremotos, sino por los malos Gobiernos” ha quedado corta. Empero, podría resultar una clave para explicar la conducta colectiva de los países, de cara a los fenómenos naturales y también a los políticos.
Las leyes y normas se formaron para regir la convivencia entre los seres humanos dentro del espacio que menguaba constantemente. Pretende, en concreto, otorgar resguardo al patrimonio de la vida y el equilibrio entre las fuerzas.
Se ha razonado que un acto puntualizado es bueno o es malo si su objeto, su finalidad y sus circunstancias son buenos o malos. Sin embargo, se tiene que medir: buenos o malos, ¿en relación a qué? ¿Cuál es la norma o el criterio para señalar la bondad o la malicia de un acto? Y con la pregunta, surge también la respuesta: Con la Ley Moral, que es la que regula y mide los actos humanos en orden a su fin último.
La Ley (Jurídica o Moral) es la regla impuesta a una comunidad humana por su propia autoridad suprema. Para contener de manera estable la actividad libre de los hombres, siempre en vista del bien universal. Las leyes y en especial la Constitución han de estar al servicio del bien común para todos, sin excepción.
El criterio es definir lo que manda, permite o prohíbe, dictada por quien tiene en la sociedad poder para ello. Su fin es el ordenamiento de las relaciones entre los humanos y su cumplimiento es exigible por imposición y coacción.
Cuando las doctrinas tradicionales de una población se erosionan, la nación muere. Búsquese un ejemplo en la historia de que una sociedad haya mantenido exitosamente una vida moral sin la base y ayuda de la religión.
Los principios religiosos y la moral ya no se enseñan en las escuelas o sitios públicos y son regularmente ridiculizados por una minoría escandalosa. Entonces uno tiene que preguntarse ¿cuál será el destino de este mundo en el futuro?
El cacareado Socialismo del Siglo XXI”, de la sociedad marxista fracasada, es en realidad servidumbre a los apetitos e ilusiones que atacan la moral. Destruyen la comunidad a través de la centralización y urbanización excesiva; las que borran las tradiciones y costumbres vivificadoras.
Nosotros, como nación y pueblo, debemos estar a la altura de la ocasión o sufriremos un destino similar al que han sufrido las civilizaciones del pasado. Los patrones de descomposición encontrados en otras naciones afectan a la nuestra también.
Las naciones fueron subvertidas por ideologías falsas y extrañas. Nosotros también encontramos ideas hostiles en los círculos de los medios subyugados, la política y la educación.
La promiscuidad sexual llevó a la caída de estas naciones. También nosotros encontramos patrones similares de amalgama sexual con desenfreno.
Los bebés: Tiranizados, expuestos a los elementos o vendidos en esclavitud.
En un extremo del espectro, bebés, seres no nacidos son abortados en un tapado asesinato. En el otro extremo, el suicidio asistido por un médico se está volviendo aceptable para los ancianos.
Los ciudadanos de este mundo, hoy empequeñecido por las comunicaciones, debemos, ante el fracaso evidente de múltiples organismos congregarnos, más que sea virtualmente, sin interés personal, con una total entrega al prójimo y batallar con la fuerza de la razón y la paz; y si llegaré a faltar más: ¡Con todo!
Hay un patrón predecible de “desafío y respuesta”. Nosotros, nos vemos desafiados de formas fundamentales, y nuestra respuesta nos alejará del precipicio o nos impulsará hacia él. ¿Seguiremos la senda de la renovación y la reforma o seguiremos la senda que lleva a la destrucción?