Aquel fue el titulo que un periodista le puso a la triste crónica relacionada con el desalojo masivo del que fueron objeto más de 400 familias del populoso sector “Monte Sinaí”. Por lo que prácticamente, al hacer la relación de los hechos con la génesis de tan agravante mal, por su desgraciado contenido, y por las consecuencias que esto conlleva, no consideré para nada necesario optar por excogitar un titular que mejor se acomode a éste artículo.
Efectivamente, esta verdadera tragedia se resume en dicha expresión, por cuanto la grave afectación de cada una de estas familias quienes; por el justo derecho de querer abrigar un sueño, se convierten en fáciles victimas de perversos traficantes de tierras; a quienes absolutamente nada les importa el inmenso sacrificio económico que a cada quien le toca hacer por obtener un techo.
A través de dicho documental pude observar a un cuerpo policial ejecutando por tierra y aire un muy sofisticado operativo, y a ratos devolver las pedradas provenientes del sector afectado, lanzadas por adultos (hombres y mujeres), jóvenes y niños. Cada policía chantado con equipo antimotines, modernamente equipados, incluso ejecutando tácticas disuasivas mediante un cuerpo élite de caballería.
Dichas escenas me sacudieron el corazón, principalmente los momentos en los cuales aquella niña, junto a sus hermanitos, se aferraba a su humilde vivienda, por lo que tuvo que ser sacada en brazos de los policías. ¡Qué dolor, Dios mío! Esa, lamentablemente es la factura que tienen que pagar los pobres; o mejor dicho la plebe, por el simple y maldito hecho de ser pobres.
Fue muy doloroso y triste ver a una gran masa humana “ponerle literalmente el pecho a las balas”. Que duro fue ver sufrir a esa desorientada turba, o esa plebe, cuya única razón fue la de defender el derecho a permanecer en su terruño, a aquel hombre desesperado y sorprendido con dicha medida en la quietud o en la actividad de su hogar, quien gritaba impotente y manifestaba que ahí no habían delincuentes, solo gente pobre con derecho a una vivienda, a aquellas aguerridas y valientes mujeres (GUAYACAS, SERRANAS O DE RAZA NEGRA), que tiempo atrás sembraron sus legitimas esperanzas construyendo sus hogares, a aquellos jóvenes que inspirados en la rebeldía muy propia de su edad invitaban a los policías a fajarse a golpes, “hombre a hombre”, a aquellos niños gritando el consabido y añejo estribillo: “el pueblo unido… jamás será vencido”.
Que duro fue ver a una gigantesca máquina devorarse en segundos los sueños y esperanzas de aquella pobre gente, construidos seguramente con sangre, sudor y lágrimas, que duro fue observar como caían al piso los fragmentos de caña y zinc de sus humildes viviendas, como si se tratase de pedacitos de papel, mientras que sus propietarios, repletos de impotencia, pero con inmensa dignidad, solo atinaban a llorar y a implorar justicia ante los hechos. En esta parte, me gustaría escrudiñar los sentimientos y emociones de aquel operador de tan inmensa maquina, quien tuvo la ingrata tarea de despedazar esas viviendas, y quien posiblemente proviene de similares estratos. Qué triste fue ver a un cuerpo policial en cuya intimidad espiritual seguramente sentían mucha aflicción tener que actuar de esa manera por órdenes superiores.
Estos hechos, por simple lógica humanitaria, me han dejado profunda huella de dolor en mi corazón; razón por la cual imagino que además es un sentimiento de similar impacto en la memoria de otros.
Qué bueno hubiera sido entonces si previamente ese mismo cuerpo policial, a través de técnicas investigativas que plenamente conocen y lo llevan a la diaria práctica, hubieran dado con los verdaderos autores de este grave problema, y los tuvieran ya tras las rejas.
Realmente, enterarme de éste tipo de casos, me estresa sobremanera. Entiendo y comparto perfectamente la instauración de normas que regulen y controlen un problema que a muchos se le ha ido, y se les va de las manos. Estoy de acuerdo que debemos caminar en orden, respetando leyes que al final, seguro estoy, cobijarán correctamente a pobres y ricos.
Rechazo profundamente la violencia ejecutada a través de los actos vandálicos posteriores en contra de una edificación para un hospital del sector, y en plena construcción. No existe justificativo alguno para aquello; mas, sin embargo, que se le puede pedir a un ciudadano de extrema pobreza que, de la noche a la mañana y en menos de segundos, ha sido despojado de su único patrimonio…?
Por lo que estoy seguro además, que lo correcto es instrumentar un perfecto Estado de Derecho, un Estado armónico, cuyas políticas no necesariamente discriminen ideologías, un Estado en el cual los derechos del Ser Humano estén por encima de cualesquier interés, un Estado en el cual esos miserables que se burlan y trafican con las necesidades de cientos de familias tengan incluso que verse obligados a desgastar muchas neuronas antes de pensar en quebrantar la ley, un Estado en el cual sería muy justo que se rompan ciertos monopolios aún activos, y se sancione con todo el peso de la ley al delincuente, sin que a nadie le tiemble la mano.
Qué bueno sería, por ejemplo, que precisamente y en relación a este caso que nos ocupa, ya estén tras las rejas aquellos vampirezcos personajes. O sea, los verdaderos culpables.
En fin, este es un caso más que necesita de manera urgente que el Estado se ocupe principalmente de 2 cosas fundamentales:
1.- Que los desalojados vuelvan a tener un techo en el cual deban cobijarse dignamente, obviamente regulados por algún programa especial de ayuda que además los conmine a cumplir con sus compromisos de pagos futuros. Al menos, eso fue una especie de clamor y disponibilidad general expresado ante las cámaras por parte de los afectados durante la revuelta; y,
2.- Que ninguna autoridad cuelgue los guantes sin antes sancionar a los verdaderos culpables.
He aquí un patético caso, entre otros de similar y vital importancia, para que los nuevos asambleístas (ME ESTOY REFIERIENDO A TODOS); y en función del deber de tener que reformar el Código Penal, incluido sus Procedimientos, honren y privilegien a ese mismo pueblo o aquella misma plebe, quienes creyeron en ellos y hasta los premiaron con sus votos.
Le encuentro toda la razón. Da tristeza ver cómo han sido tratados esos pobres ecuatorianos.
Lo lógico sería poner primero detrás de las rejas a los traficantes que los engañaron haciéndoles creer que invadir terrenos ajenos era la solución a sus problemas.
Por otro lado, ¿Cómo poner orden? ¿Cómo hacerle comprender a la gente que debe cesar de apropiarse de lo ajeno? ¿Cómo explicarles que estarían mejor en su agro y no en muladares hacinados? Estas personas aportan con su trabajo de obreros a la ciudad, pero en cambio no aportan un centavo en impuestos prediales para poder generar más y mejores servicios municipales. Guayaquil no puede convertirse en un nuevo Calcuta.
¿Qué hacer? Comenzar por mejorar la calidad de vida de nuestros agricultores para evitar que emigren a la gran ciudad. No es tarea simple. No se ha hecho en varios siglos, y tampoco se hará en pocos años. Los interioranos siempre serán atraídos por las luces de las grandes ciudades, y a su vez serán explotados por deshonestos patrones y traficantes de tierras.
¿Qué hacer? Nadie tiene una varita mágica para mejorar la suerte de esas pobres personas, pero también hay que hacer que se cumplan las leyes. Este gobierno es abusivo y mentiroso, pero cuando se trata de imponer orden ante tanto desbarajuste, entonces sí debemos apoyarlo.
O entonces hacer como en la vieja URSS – y en la actual dictadura rusa – Nadie puede emigrar a Moscu desde el agro, si no dispone de una visa o de una autorización gubernamental. En Rusia si Ud. no tiene casa en Moscu, no puede desplazarse. Pero bueno, dejemos de especular.
Pienso que el gobierno es el más afectado por la forma como se ha realizado el desalojo, porque serán menos votos para sus próximos remedos de elecciones.
Ojala esas personas puedan ser ayudadas y reubicadas. Lo deseo de todo corazón.