El día 24 de mayo, fiesta cívica que conmemora la Batalla del Pichincha, el Presidente Correa asumió un nuevo mandato que lo llevará a gobernar por 4 años más el país, cumpliendo así la voluntad popular manifestada en las urnas el 17 de febrero pasado.
La investidura es un hecho histórico e inédito; por primera vez un Presidente gobernará por 10 años seguidos sin que exista la alternabilidad que anteriormente contemplaban las Constituciones que rigieron al Ecuador prácticamente desde que se constituyó en Republica. El nuevo periodo se verá marcado según las propias palabras de Correa, por una radicalización de la Revolución Ciudadana y por el enunciado de que se avizora un mejor “Buen Vivir” y una mayor democratización.
Otra situación nunca vista a lo largo de la historia republicana es el hecho de que un gobernante tenga una mayoría absoluta en lo que ahora se denomina la Asamblea Nacional. El control del Órgano Legislativo le facilitará el aprobar las leyes que estime necesarias para llevar a buen término su proyecto. No debería por lo tanto haber justificación para que no se alcancen los propósitos que se buscan, ya que igualmente se cuenta con gente afín en los otros Poderes del Estado como el Judicial, Electoral y los demás de control creados por el Régimen.
El inicio del nuevo periodo debe traer consigo una posibilidad de cambio; ese cambio que mucha gente ansía y busca en la conducción del Ecuador. La actitud poco tolerante para escuchar las críticas y muy dada al autoritarismo y hasta despotismo, debería ser variada por la del diálogo y la búsqueda de consensos, ya que el resultante de ello es lo que ya se palpa en el país: el respeto ha sido sustituido por la agresión, la intolerancia ha desembocado en un alto índice de criminalidad y en el hacer justicia por la propia mano. Es el momento de cambiar.
Los ecuatorianos aspiran una nueva oportunidad. Si hay un día, una hora en que pueda decirse sin exageración que la historia nos mira, es esta hora y esta jornada, y todos deben pensar seriamente.