Ahora que soy grande, ¡quiero ser niño! La niñez, es la mejor época de la vida, y es absurdo renunciar a ella solo porque crecemos en edad y a veces en estatura. La niñez es una época que podemos llevar siempre dentro de nosotros, en la mente y en el corazón. Así enrumbaremos la vida por el camino correcto. Los niños, suelen no complicarse, siguen a la voz que habla desde el fondo de su corazón. Esa es la voz de la conciencia, la voz del alma, la voz de Dios. La misma Voz que dijo que debíamos ser como niños para entrar al Reino de los Cielos. Reino que no está tan lejos, pues está dentro de cada uno, de cada ser que quiere ser como un niño para encontrar a su Padre y sentirse seguro y a gusto en Su presencia.
Ser niño tampoco es ser perfecto, pero es lo más cercano a aquello. Ser niño es ser auténtico. No siempre simpático ni gracioso, pero de seguro casi siempre veraz. Los niños, en su mayoría, no tienen el filtro del “qué dirán” o el “qué pensarán de mi”. Son como son, dicen lo que sienten y hacen lo que piensan. Por eso son felices, aún en situaciones lamentables en cuanto a las condiciones de vida. Y ser feliz es el objetivo de todo ser humano. Aún el masoquista busca la felicidad en su masoquismo, el vengador en su venganza y el criminal en su crimen.
Ser feliz es lo que toda persona quiere ser, pero empieza a avanzar en el camino de la vida y crece, y se complica, se olvida del niño que alguna vez fue. Quiere ser grande, adulto, maduro o madura, quiere y quiere muchas cosas y se va condicionando con regulaciones que le permitan alcanzar todo lo que desea. Va dejando de ser quien es, ya no es veraz. Inclusive muchos olvidan lo que realmente les gusta, lo que les permite disfrutar de su paso por el mundo. Se entregan por entero, en cuerpo y alma, a otras actividades o situaciones ajenas a lo que realmente anhela su ser interior. Por eso la felicidad no llega, salvo por tenues destellos que iluminan en algo la existencia.
Un buen ejercicio es recordar. Recordar los juegos en los que participábamos de pequeños, las cosas que imaginábamos, las personas a las que amábamos, las ganas que teníamos de hacer esto o lo otro, la música que cantábamos o escuchábamos, el cuento que leíamos con frecuencia…inclusive la gente aparentemente imaginaria que nos daba la ronda en la “realidad” o en la cabeza. A veces no es que imaginábamos sino que intuíamos sobre personas que de alguna manera han ido apareciendo en nuestra vida…recordemos…
Y es bueno recordar, porque así no solo nos sentiremos mejor y retomaremos los buenos objetivos del ayer, sino que además podremos entender mejor a los niños de hoy y los dejaremos ser lo que son, ¡niños!, que friegan y friegan, que molestan, que interrumpen, que por ahí tienen un berrinche pero que son la sal de la vida.
Por algún lado leí que una profesora le preguntó a un alumno: Pepito, usted, ¿qué quiere ser cuando sea grande? Y Pepito respondió: ¡quiero ser feliz!
Bueno pues, manos a la obra, que no te olvide aquello que anhelaste y tu deseo de ser feliz toda la vida.