Tanto en Guayaquil cuanto en sus entornos, y desde hace algunos años atrás, nos hemos acostumbrado a deleitarnos con la jocosidad y el humor que nos brinda el teatro callejero.
Soy de las personas que me fascina disfrutar de este tipo de obras, obviamente siempre que en el desenvolvimiento de la misma no se perturben los derechos del espectador; y con mayor razón, siempre que no se vulneren los derechos que los niños tienen al verse obligados a presenciar expresiones corporales a través de escenas que van mas allá de una simple insinuación, y/o escuchar palabras cuyo contenido se entiende que debe estar dirigido exclusivamente a una audiencia de adultos.
Es tremendamente importante sobreentender que siempre que se quiera entretener al público, debe primeramente anteponerse el obvio sentido de censura y elección de dichas expresiones por parte de los actores.
No presumo ni presumiré jamás de exquisito cuando se trata de ver estas obras en nuestras calles. Por el contrario, y repito, considero que este tipo de arte es viva expresión popular en la cual se encierra toda una gama de cositas; a ratos simples, pero de profundo contenido en relación a nuestra identidad y raigambre costeño; guayaco por excelencia, pero que siempre deba guardar las respectivas distancias cuando sus contenidos sean dirigidos en presencia de los niños.
El día de ayer, sábado 8 de mayo del presente, en circunstancias que estaba haciendo unas compras en la Parroquia Pascuales en compañía de mi cónyuge y mis dos niñas menores de edad, observé que en un pequeño parque ubicado frente a la Iglesia, se encontraban dos conocidos actores de televisión habiendo teatro callejero. Hasta ese entonces, habían transcurrido por lo menos unos 15 años que no había presenciado y disfrutado dicho tipo de presentaciones.
En verdad que me emocioné mucho, y opté por estacionar mi vehículo frente a aquel parque, y acto seguido me dirigí hacia el sitio en compañía de mi cónyuge y mis dos niñas menores. Al principio, el asunto iba un tanto bien, pero en pocos instantes pude escuchar el fuerte vocabulario que usaban estos conocidos y además talentosos actores criollos.
Pude también observar que gran parte de la audiencia ahí conglomerada estaba compuesta por niños de diferentes edades. Unos de pie, otros cómodamente sentaditos en el piso, y hasta pude intuir que, por la inocencia propia de su edad, aquellos niños daban rienda suelta a su alegría al escuchar y observar cada escena interpretada por dichos actores.
Pude también intuir una especie de costumbre actoral en el uso de dichas expresiones (corporales y uso de palabras) por parte de los mencionados actores, sin mediar el mas mínimo sentido de respeto a la presencia de aquellos niños; incluidas mis dos niñas menores. Y no es que estoy juzgando deliberadamente a nadie, pero creo que es de total competencia de parte de quienes ejecutan estos actos, el saber diferenciar el uso de sus conocimientos actorales ante determinada audiencia.
Creo que dentro del proceso de formación de los niños, y en estos casos, no debe degradarse el uso de contenidos que ofendan sus sentidos, al tener que ver y escuchar este tipo de manifestaciones.
Creo que estos magníficos señores del arte y la actuación, a quienes además admiro, deben tener siempre presente que a través de su arte, y antes de desarrollar sus sketchs, deben siempre percatarse de saber cuál es el publico que los está mirando y escuchando, para así poder expresar sus habilidades, sin tener que necesariamente contaminar el escenario y ofender a la audiencia infantil, tal cual es el caso que nos ocupa.
Por otra parte, y bajo el estricto concepto de sketchs dirigidos al público adulto, debo confesar que después de algunos años, el hecho de ver y escuchar las típicas ocurrencias de estos jocosos personajes de la tarima callejera, aquello me sirvió para desestresarme un poco.
Claro que se puede hacer buen arte, para diferente público y bajo diferentes circunstancias, pero observando siempre normas básicas, no cayendo en la vulgaridad y sin necesidad de ofender a quienes presencian dichas obras, puesto que además lo que se quiere es disfrutar agradables momentos.