La vida está llena de contrastes, pensaba ella mientras se dirigía a la misa de duelo. Era una tarde especial. Había estado en la casa de su amigo querido, celebrando su cumpleaños, y ahora estaba camino a la Iglesia para celebrar la muerte. Pasó de un ambiente colmado de arcoiris, de buenos libros y risas tímidas a un ambiente silencioso, solemne, reflexivo…
El sacerdote salió con paso sereno y el público entonó el canto de entrada: “Dios está aquí”. La ceremonia había comenzado. De vez en cuando se oía la sutil música de las lágrimas cuando caían, los rostros abstraídos, como volviendo a digerir una realidad que se les escapaba. El silencio traía consigo un baúl de recuerdos y el tiempo oscilaba entre un lejano presente y un cercano pasado…
Al momento de la homilía, el sacerdote bajó del altar y se paró frente a las almas dolientes, como buscando la cercanía, procurando un encuentro familiar. “Hoy vamos a recordar, dijo. La etimología de la palabra ‘recordar’ significa ‘Volver a pasar por el corazón’.” A la escucha de aquellas palabras sentimentalmente mágicas, los participantes volvieron a pasar por el corazón las memorias más alegres y las cualidades más nobles de quien en espíritu los acompañaba. Al finalizar la ceremonia, alguien recitó unos versos escritos entre lágrimas y pausas añorantes; una mezcla de dolor humano y heroica fe.
Luego de la misa, las mujeres se acomodaron alrededor de una larga mesa donde los platos iban y venían cargados de comida y las copas chocaban, por algún motivo o simplemente porque sí, porque a la vida le sobran motivos para celebrar.
La noche trajo consigo otro tipo de recuerdos y las mujeres pasaron por el corazón las travesuras de la infancia y las rebeldías de la adolescencia. Estaba la que siempre había sido responsable, la sumisa, la engreída, la loca, la que si bien nunca hizo locuras era la primera en disfrutarlas, la generosa, la complicada y la sencilla. Cada una de ellas era diferente de la otra y, sin embargo, todas parecían formar parte de un solo espíritu. Cuando reían, ¡y cómo reían!, no había distinción entre las risas. No podía decir uno: “Esta es la risa de la loca; Así se ríe la responsable”. No, pues ese tipo de alegría no pertenece al lenguaje convencional. Es de esas risas ruidosas, tan deleitosamente genuinas que se expanden libremente hasta tropezar con una lágrima perdida. Y entonces el corazón siente la punzada que por un momento había abandonado y en un brote de lucidez asimila los contrastes de la vida. Se agita. Suspira. Respira. Cierra los ojos. Así que así es cómo opera la dualidad en el cuerpo; qué alegre y qué triste.
Las risas se van consumiendo a medida que la noche se vuelve más espesa. Las mujeres deben retornar a la realidad que las espera. Mas la experiencia les susurra que no hay pena que no venga sin consuelo. Y su consuelo es aquella mesa. Ahí donde el pasado es alegre y la imaginación es libre; ahí donde la risa crece y las penas se encogen. Y así, la mente se serena; recordar no es traer a la memoria los sucesos de la vida, es pasar por el corazón las impresiones insondables.
La memorias, que difícil domarlas. Gracias por esto, esta hermoso. Sigue escribiendo.