Había una vez dos princesas gemelas que vivían en el reino de los sueños. Cada una habitaba en un castillo junto al de la otra y habían tenido todo lo que su padre el rey les había podido regalar durante su vida.
Desde muy pequeñas tuvieron lujos, riquezas y poder. Sin embargo su vida estaba vacía y las dos sentían que algo les faltaba para su felicidad.
Por las tardes salían a caminar por su jardín y se encontraban. La una era muy insegura y solo pensaba en como aplacar su inseguridad. Todo lo que hacía debía servirle para que se sintiera menos insegura y por ello desconfiaba de todos. Siempre pensaba que la engañaban y por eso tenía que tenerlo todo bajo su control.
La otra era segura de sí mismo y muy bondadosa. Siempre pensaba en la felicidad de los demás. Todo lo que hacía tenía sentido si beneficiaba a alguien y eso la llenaba de satisfacción.
Un buen día estaban contemplando un atardecer lleno de sol, horizonte y colores, cuando se les apareció Dios. Con una figura sencilla y poseedor de una voz que no era estruendosa, pero sí pausada y solemne les dijo: Princesitas…han tenido de todo en la vida para ser felices, pero veo que el corazón de ustedes está cundido de tristezas. Por esa razón he venido para concederles un deseo. Lo que ustedes me pidan se los otorgaré. Eso sí; aquello que deseen solo podrá tener una condición para ser concedido y esta será que lo que me soliciten deberá hacerlas felices.
Después de sobreponerse al impacto de ver a dios tan cerca y analizando que durante su vida lo habían tenido todo, las dos al mismo tiempo le dijeron a dios:
¡Estamos listas!
¡Díganme sus deseos!… replicó dios con un tono de mansedumbre y sabiduría.
Por increíble que parezca, las dos le contestaron al mismo tiempo:
¡yo quiero tener un águila!
¿Porque un águila les preguntó el señor?
Inmediatamente la insegura contestó que como ya le habían regalado de todo, quería poseer esa ave para que nadie se la pudiera quitar.
Dijo que mientras ella sea su dueña, sería muy feliz y todos la verían como una soberana llena de poder, puesto que tener un águila en su castillo era muestra de seguridad y poderío por lo que sería feliz.
La que era segura y bondadosa dijo que ella quería tener un águila para cuidarla y amarla. Dijo que la felicidad que todos tendrían al verla volar libremente, la haría la princesa más dichosa de su reino.
Escuchado lo que ambas le habían dicho, dios les dio un águila a cada una.
Eran dos hermosas aves de porte majestuoso que al extender sus alas abarcaban todo el espacio de una gran habitación. Inmediatamente se fue cada una a su castillo con su respectiva ave.
La insegura ordenó cerrar todas las ventanas para que el águila no sé escapara. Hizo que la habitación donde estaría el águila sea protegida con barrotes. Dispuso que una guardia permanente de soldados la cuidara para que nadie la robara. También ordenó que todos tuvieran que impedir que vuele fuera del castillo.
En cambio la generosa abrió las puertas y ventanas de su castillo y con sus propias manos hiso un nido parecido al que tenían las águilas en los picos de las montañas. Dispuso que el ave sea tratada con amor y cuidado. Especialmente se aseguró que la misma pudiera salir a volar cuantas veces ella lo quisiera.
Así transcurrió el tiempo y cuando se dieron cuenta habían pasado varios años. Un buen día que las dos caminaban por el jardín, se les apareció dios nuevamente. Les dijo que había decidido volver para ver si habían sido felices con lo que les regaló.
La insegura estaba triste y le dijo que su águila había muerto. A los pocos días de tenerla enjaulada había dejado de comer. Luego se le cayeron las plumas y al final murió.
Por el contrario la segura le dijo a dios que el águila estaba más hermosa que nunca.
Llena de júbilo y alegría le decía al señor que todos los días el ave salía a volar majestuosamente y regresaba al castillo cada vez que quería. Eso sí, cada vez que regresaba restregaba las plumas en su regazo y luego se quedaba dormida junto a ella. La generosa le decía a dios que nunca había sido tan feliz en su vida y le agradecía por el hermoso regalo que le había dado.
Le contó que el primer día que había tenido en su casa al águila la había mirado fijamente y le dijo: siempre mantendré abiertas las puertas y ventanas para que vueles y siempre quedarán abiertas para que puedas regresar.
Si amas a alguien déjalo libre.
Si regresa a ti es porque es tuyo…
Si no lo hace es porque nunca lo fue.
¿Qué es lo trascendental de la historia?
¿La felicidad de la princesa o la felicidad del águila?