Puede ser que la primera impresión que tiene un niño al nacer sea la de la abundancia del mundo que va a habitar, por eso su llanto por que nunca podremos con tanta majestuosidad del mundo que habitamos. Es por ser un mundo tan vasto e intenso es que en el transcurrir de existir se convierte en un valle de lágrimas, por que no podemos con él. No podemos con todo el aire, con toda el agua, con todas las montañas, elevar la mirada es admirar el infinito frente a nuestros ojos. No tenemos tiempo para vivirlo y sumergirnos todo lo que somos en su inmensidad, la totalidad de lo que nos rodea. La impotencia es propia de nuestra naturaleza y es un motivo que nos permite estar aquí, ahora, desde el pasado hasta lo que viene y vienen. En la naturaleza nada es pobre ni miserable, esas son consideraciones de poder del hombre, etiquetas de dominio, pero la naturaleza en si no domina nada, todo es suelto y conectado a su fuente, a su igual. Todos tenemos un espacio y podemos convivir y fraternizar, podemos llevar una existencia que nos acerque al bien y existir pacíficamente, ese es el ideal sin embargo aparece el conflicto. No hay épocas de la historia en que no recordemos el conflicto, la dificultad, esta es nuestra primera aceptación como una aptitud ante el vivir: el conflicto, el padecer, el sufrimiento tanto que al final de nuestra vida el mayor conflicto es aceptar que tenemos que morir o mejor escrito: vamos a morir.
En una ocasión venia de regreso a Guayaquil, cuando de pronto el conductor de un vehículo se me atraviesa en mi ruta diciéndome que lo había chocado intencionalmente, se baja de su carro y se lanza hacia mi con un bate de béisbol a obligarme que le pague el choque o me destruía mi automotor. Me rompió el parabrisas, lo hizo trisas y yo despavorido solo atine a correr para evitar que me hiriera o golpeara, otras personas intervinieron y el incidente se convirtió en una pelea mayor, en ese momento me di cuenta que la violencia es contagiosa, nos contagia y se apropia de nuestras reacciones, no busqué la violencia, me encontró a través del otro, me llegó. Después del suceso, reanude mi camino, manejando sin parabrisas y agradecido de dejar atrás a los belicosos, trate de volver a mi calma frente a la desestabilización que me causo el incidente.
La violencia es una reacción natural en el hombre. La historia esta repleta de choques de civilizaciones, guerras innumerables, amenazas, hoy mismo el signo de nuestro tiempo es la incertidumbre, esa es la única certeza. Están pasando cosas insospechadas. Frente a tantas cosas, sucesos y fenómenos que nos ocurren estamos impotentes, no hay para donde correr, ni esconderse. Acontecimientos devastadores ocurridos en la historia han anunciado la aparición de un nuevo tiempo para la humanidad, tal como paso con la peste negra que mató a más de cien millones de personas en Europa y Asia entre los años 1343 y 1350, para luego dar paso al Renacimiento. En la actualidad no sabemos dónde está el poder, está perdido en un país de nadie, lo cierto es que estamos enfrentados a nuevos desafíos, la antigua idea de la familia, de la propiedad, la riqueza, la influencia religiosa esta ciertamente erosionada, lo que costo cientos de años construir ahora esta desmoronándose frente a nuestros ojos, el mundo está patas arriba, la modernidad esta liquidando todo: la manera de comunicarnos, de sentirnos vivos, las ideologías, es claro entender como dice el profesor Zygmunt Bauman, que “el poder es local pero la política es global”. Todos estos acontecimientos nos comprueban que la historia se renueva en forma de conflicto tanto la historia humana y la historia de cada uno de nosotros. En la dificultad está la oportunidad, hay que verla, tomarla y continuar, parece que no hay otra forma, aunque claro está que en una de esas dificultades o conflictos se nos va la vida.