25 noviembre, 2024

Mi padre y las hormigas…

Era director del hospital Psiquiátrico.Estaba empeñado en reformarlo y para ello había separado de la institución a treinta empleados deshonestos.

Había comprobado que algunos habían robado. Incluso varios profesionales obtenían dinero de los pacientes que debían ser atendidos gratuitamente.

Esta lucha me había ocasionado muchos enemigos.

Un día repartieron un panfleto sin firma donde se aseveraba que había atropellado a una psicóloga por haberla embarazado. Se valieron del patrocinio de un psiquiatra que no trabajaba en la institución, para poner una denuncia contra mí en las oficinas de la Junta.

En ella se aseguraba que había malversado recursos de la institución y también que compraba medicamentos con sobre precio.

Todo esto era una infamia ya que los que me atacaban desconocían que como director ni siquiera tenía chequera del hospital y las compras las hacía directamente el proveedor de la junta en las oficinas centrales.

Todo esto me causaba mucho dolor; estaba triste. No podía explicarme la miseria humana ya que entre los que me acusaban, estaban personas a las que había ayudado sin condición. Sin saber qué hacer y sobretodo sin conocer que pasaría; decidí visitar a mi padre. Tenía ochenta y ocho años; se había retirado a su exilio voluntario. Ya no era el mismo hombre aguerrido que me protegía; ahora yo lo protegía.

Lo encontré sentado en una pequeña sala que daba al estero salado. Me quedé observándolo mientras él permanecía inmóvil y mirando fijamente a una baldosa del piso.

Sus brazos descansaban inertes sobre los laterales de una silla; no se movía, a duras penas respiraba. Sin hacer ruido me quedé viéndolo durante diez minutos.

Al ver que no se movía, pensé que algo malo le pasaba y salí para averiguar lo que le sucedía.

-¡Don Chiken! ¡Don Chiken!- …le dije.

Casi sin inmutarse y susurrándome al oído me respondió:

-¡No hagas bulla…asustas a las hormigas!.

-¿Qué tienen que ver las hormigas?… -Le dije

-¡Son más humanas que los humanos!…alegó.

-No te entiendo; le dije, por lo que me replicó:

Todas las tardes cojo una pequeña cuchara y la lleno de azúcar. La traigo a este lugar y deposito su contenido en la baldosa.

A los pocos minutos aparece una hormiga. Se acerca hasta donde está el azúcar y le da vueltas durante un rato. De repente y sin razón alguna; desaparece. A los pocos minutos regresa con más hormigas.

Súbitamente estos pequeños insectos se alinean ordenadamente en una fila para dirigirse a donde está el azúcar.

Después esperan su turno para cargar una cantidad superior a su tamaño y regresar al lugar de donde vinieron, pero por otra fila.

Míralas bien Miki… ninguna de ellas se ataca; todas se ayudan entre sí. No se pelean y son más civilizadas que nosotros. No pierden el tiempo en dañarse; jamás discuten entre sí. Todas son movidas por un mismo propósito.

-! Me quedé atónito de sus deducciones!.

La sabia y sencilla sabiduría de mi padre me había dejado sin palabras. En el ocaso de su vida había decidido asumir su verdadero rol como participante activo en el convivir de las especies. No solo admiraba la conducta de las hormigas, sino que las observaba sin molestarlas con el respeto que toda especie viva debe tener por otra que no sea la suya.

Gracias a la inmaculada convivencia que observé entre las hormigas, pude comprender claramente la dimensión de la miseria humana.

Aprendí que la verdadera esencia del hombre está en su ubicación en el cosmos.

Una vez que comprendí esta hermosa lección de vida, me fui rápidamente a la cocina y cogiendo una cuchara, la llené de azúcar. Luego me pasé toda la tarde contemplando con mi padre, la maravillosa solidaridad humana que tienen las hormigas…

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  1. SOY lectora de los articulos,suyosy de otros colunnistas, muy bueno y la moraleja, nos da un ejemplo , que muchos de los animales actuan mejor que los humanos

  2. Se aplica la cancion de Roberto Carlos: «Yo quisiera ser civilizado como los animales». Por otro lado, los anonimos generados son muestras de cobardia y envidia. Y ese es el mejor homenaje que la mediocridad le rinde al talento. Es como la culebra que se queria comer la luciernaga a pesar de que no estaba en su menu, ni le habia causada mal alguno. Queria hacerlo simplemente porque no soportaba verla brillar.

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