Hay algo en la mente que lo juzga todo y a todos, incluso el clima, el perro, el gato… Todo. Los jueces o nuestras creencias utilizan lo que está en el actuar de nuestro pensamiento mecánico para juzgar todo lo que hacemos y dejamos de hacer, todo lo que pensamos y no pensamos, todo lo que sentimos y no sentimos. Cada vez que hacemos algo que va contra de lo que creemos, el Juez dice que somos culpables, que necesitamos un castigo, que debemos sentirnos avergonzados. Esto ocurre muchas veces al día, día tras día, durante todos los años de nuestra vida.
Es la dualidad. El centro de la vida es la dualidad. No vivimos en un mundo único, cada fenómeno tiene dos aspectos simultáneos: lo bueno y lo malo, la verdad y la mentira, el día y la noche, etc. Así mente y cerebro: una dualidad inseparable. La influencia mecánica de las creencias en nuestra vida es lo que la tradición hindú llama “maya” o los egipcios decían “el velo de Isís”. Jesùs habla del trigo y la cizaña.
A cada parte mía que me controla y se impone como verdad única la llamo “yo”, de esta forma nuestra vida está gobernada por un conjunto de “yoes”, conocidos y desconocidos. Cada creencia es un “YO” que actúa como una identificación de la mente sobre lo que creo que es, como el juego griego de Las Parcas: Láquesis, que da la vuelta al huso de Cleta mientras que Átropos corta el hilo imponiendo su destino. Es decir son las fuerzas que actúan en nuestra psiquis, que se imponen, impiden y subsisten. Así ha sido, así es, así será, mientras no me doy cuenta. Cuando me doy cuenta que soy esclavo de las fuerzas que me tienen en su poder, entonces puedo hacer algo para liberarme para sostener y mantener esa fuerza interior que está allá de la culpa, de la repetición de los días, de padecimientos que sólo están en nuestra mente, que no son reales ni verdaderos, ilusiones que surgen de la dualidad de la existencia, del trabajo mecánico de nuestros órganos y de la falta de sentimiento en nuestro vivir.
En el funcionamiento mecánico de la culpa aparece un “YO CULPABLE”, esa parte es la llamada “Víctima”. La Víctima carga con la culpa, el reproche y la vergüenza. Es esa parte nuestra que dice:
« ¡Pobre de mí! No soy suficientemente bueno, ni inteligente ni atractivo, y no merezco ser amado. ¡Pobre de mí!». Nuestra creencia lo reconoce y dice: «Sí. No vales lo suficiente». Y todo esto se fundamenta en un sistema de creencias en el que jamás escogimos creer. Y el sistema es tan fuerte que, incluso años después de haber entrado en contacto con nuevos conceptos y de intentar tomar nuestras propias decisiones, nos damos cuenta de que esas creencias todavía controlan nuestra vida.
Incumplir las reglas autoimpuestas, resultado de la mecanicidad de la vida, abre nuestras heridas emocionales, y reaccionamos creando veneno emocional. Dado que todo lo que está en nuestras creencias tiene que ser verdad, cualquier cosa que ponga en tela de juicio lo que creemos nos hace sentir inseguros. Aunque el conjunto de nuestras creencias estén equivocadas, hace que nos sintamos seguros. Por este motivo, necesitamos una gran valentía para desafiar nuestras propias creencias; porque, aunque sepamos que no las escogimos, también es cierto que las aceptamos. El acuerdo es tan fuerte, que incluso cuando sabemos que el concepto es erróneo, sentimos la culpa, el reproche y la vergüenza que aparecen cuando actuamos en contra de esas reglas.
La verdadera justicia consiste en pagar sólo una vez por cada error. Lo que es verdaderamente injusto es pagar varías veces por el mismo error. ¿Cuántas veces pagamos por un mismo error? La respuesta es: miles de veces. El ser humano es el único animal sobre la Tierra que paga miles de veces por el mismo error. Los demás animales pagan sólo una vez por cada error. Pero nosotros no. Tenemos una gran memoria. Cometemos una equivocación, nos juzgamos a nosotros mismos, nos declaramos culpables y nos castigamos. Sí fuese una cuestión de justicia, con eso bastaría; no necesitamos repetirlo, Pero cada vez que lo recordamos, nos juzgamos de nuevo, volvemos a considerarnos culpables y nos volvemos a castigar, una y otra vez, y otra, y otra más. Si estamos casados, también nuestra mujer o pareja nos recuerda el error, y así volvemos a juzgarnos de nuevo, nos castigamos otra vez y nos volvemos a sentir culpables. ¿Acaso es esto justo? ¿Cuántas veces hacemos que nuestra pareja, nuestros hijos o nuestros padres paguen por el mismo error? Cada vez que recordamos el error, los culpamos de nuevo y les enviamos todo el veneno emocional que sentimos frente a la injusticia; hacemos que vuelvan a pagar por ello. ¿Eso es justicia?
Todo eso sucede, es mecánico, no tiene porque ser así, es así porque me he identificado con ello, he asumido la una parte de la dualidad que reina sobre todo lo existente, me he hecho uno con el dolor y además me he acostumbrado, no he aprendido a liberarme, a desatarme, a soltar lo que no es cierto, no es real, es una ilusión que actúa sola, que me tiene sometido y a la cual me he sometido. Si me abro a descubrir, a abrir bien los ojos a otras posibilidades entonces puedo ver, verme y separar como enseñaba el maestro: “el trigo de la cizaña”, el sueño de la realidad. Ser, yo soy, uno con la inmensidad, uno con lo infinito, uno con la eternidad.
Qué profundo lo k ud escribe!lo he leído, reeleido y lo compartido. Es difícil encontrar textos como el suyo publicados en la prensa, «llevar nuestro dolor al corazón para curarnos del mal y de nuestras debilidades», así lo recibo. Gracias!!!!!!