Me duelen los dolores de mi hermano, de mi amigo, del hermano de mi amigo. Me duelen los dolores inesperados, los dolores que tardan y aquellos que llegan y no se van. Me duele el pecho y el corazón que llora en silencio. Me duele la muerte y el vacío que deja en mi lecho. Me duelen los colores, entre negros y grises, que pintan las lágrimas. Me duelen mis ojos abatidos por las penas y me duele la voz amordazada por las tragedias.
Siento cómo las espinas se incrustan en mis venas y cómo el sol abandona mi frente; la noche llega para acomodarse en mi mente y la luna se alza sin brillo ni suerte. El tiempo pasa y yo me detengo en las horas. Las horas que viví y las horas que callé. Aquellas que pasaron y yo las dejé pasar. Aquellas que me esperaron y yo tardé en llegar. Aquellas otras que se apresuraron y yo no supe cómo reaccionar.
Las huellas en la arena narran una historia que el mar luego borra. Las manos se esmeran en sembrar flores que después olvidan. La noche ahoga los colores del día y el silencio consume los gritos inconfesables. Un cadáver donde antes un cuerpo. Un pasado cuando antes un presente y un futuro.
El tiempo pasa y yo me quedo… Me quedo así, pequeñita, casi sin moverme y en silencio; con la piel fría y el alma vacía. Me quedo arrinconada en la penumbra de la existencia y las horas se vuelven más lentas y más suaves y yo las observo como quien toma los recuerdos y deja pasar el momento.
Hermoso