Dios creó al hombre y le dio en heredad el paraíso terrenal. El hombre pecó y Dios lo expulsó del paraíso y lo convirtió en mortal, es decir, que luego de vivir unos años en la tierra, su cuerpo se convertiría en polvo, pero, siendo su obra perfecta, no podía dejarla desaparecer del planeta.
Como Dios, en su perfección, creó al hombre, pero éste fue creado a su imagen y semejanza, pero no perfecto, los defectos del hombre ocasionaron en Dios muchas veces el ánimo de destruir lo maravillosamente creado, como lo hemos leído en el diluvio universal, en la destrucción de Sodoma y Gomorra, y varios episodios más. Hombres como Abraham, dispuestos a sacrificar a su único hijo, permitieron a Dios compadecerse de los hombres y enviar a su propio hijo a sufrir para lograr nuestra salvación eterna,
Ahora podemos salvarnos. Ahora podemos llegar al cielo, luego de nuestro peregrinar por la tierra, no por nuestros méritos, sino por la misericordia de Dios, pues si de nuestros actos dependiera, creo que muy pocos tendrían la suerte de lograr llegar al cielo.
Pero Dios, como es infinitamente misericordioso, aparte de permitirnos llegar a Su casa celestial, nos da la oportunidad de poder saborear sus delicias cuando aún estamos en esta tierra. Hay momentos de paz, de quietud y de amor, que nos permiten disfrutar el cielo en la tierra. Hay paisajes y colores que llenan nuestras pupilas, ya sea disfrutando de un atardecer, o de un amanecer, de un paisaje o de una figura hermosa. Hay invenciones divinas de nuestro creador, animales y flores que recrean nuestra vista o nuestro olfato. Hay pensamientos que llenan nuestras mentes, creaciones de las criaturas humanas que llenan de paz nuestro espíritu, y miles de estímulos táctiles, sonoros, visuales, olfatorios y del gusto que dan vida a nuestros sentidos.
Pero aparte de estas maravillas, Dios nos ha dado cuatro armas fantásticas para permitirnos gozar del cielo cuando aún estamos en éste valle de lágrimas: 1) El desapego, esa hermosa virtud que nos permite desapegarnos de lo que consideramos nuestro, porque todo lo que tenemos es ganancia. Vinimos desnudos y así mismo regresaremos. Nada en realidad es posesión nuestra. Es nuestro apego a las cosas lo que nos hace esclavo de ellas. 2) El perdón, ese olvido de lo que nos hirió en el pasado, 3) El poder desalojar de nuestra alma el odio. Erradicar del alma ese deseo de destruir, de complementar la envidia con la destrucción del contrario. Y 4) El amor, ese maravilloso sentimiento que nos eleva a la altura de ese ser del cual somos imagen y semejanza. Gocemos la felicidad del cielo cuando aún estamos en la tierra, y eso podrá permitirnos llegar con más facilidad a lograr que Dios en su infinita misericordia, perdone nuestras faltas y nos permita, aunque manchaditos por el pecado, llegar a Su mansión eterna.