El espacio público es la esencia de toda ciudad. Sin plazas, sin calles, sin publicidad, sin libre acceso, sin mobiliario… no se podrían producir los permanentes y variadísimos procesos que dan vida a la urbe.
En Guayaquil, el espacio público, su expresión y acercamiento han cambiado en gran medida en los últimos veinte años, pero mucho más cambiarán, creemos, en los próximos diez o quince años. Esto, que debemos meditar, es debido a un cambio radical y evolutivo en el comportamiento de la sociedad. La tecnología de la comunicación avanza tanto y tan rápido que los límites psicológicos de los espacios urbanos (también los domésticos) y su amueblamiento se están diluyendo mientras la comunicación entre los habitantes sufre alejamiento físico y pierde contacto humano.
Parecería que el contacto visual, el hablar al oído, el darse un abrazo, el detenerse a conversar, el guiñar el ojo, el sacar la lengua, el compartir un café, van dejando de ser formas de expresión social, y hasta familiar. Sin embargo las personas siguen utilizando los espacios públicos para actuar, sobreactuar, hablar por celular y movilizarse; y es aquí en donde la administración local deberá enfocarse para reforzar y no permitir que se pierda el contacto total entre seres humanos. Más aún si pensamos que en el corto plazo tendremos una “Ciudad wifi”.
Los espacios urbanos y sobre todo las calles son, quizá, el último elemento de poder que los ciudadanos poseen para manifestar sus posturas, sus algarabías y sus descontentos. De aquí que se debe poner mucho énfasis en el diseño y construcción, en la ubicación y tratamiento de los muebles urbanos. Indicando que diseño y construcción no son un lucimiento para el diseñador, el constructor o la Administración, son una realidad que el ciudadano utiliza para “matar el tiempo”, para pensar su trámite, para tomar un descanso bajo sombra, para conversar con el amigo que encontró, para “no hacer nada”, para tomarse una foto con Juan Pueblo, en fin, para realizar tantas y tantas actividades como necesidades, ocurrencias y circunstancias existen. El mobiliario le concede escala al espacio urbano que a su vez debe ser tratado y configurado con tráfico vehicular organizado y atenuado.
La intervención pública nace de la necesidad de brindar soluciones y respuestas a los problemas de integración del entorno construido definido o no con anticipación y que plantea limitaciones generalmente drásticas para el diseño definitivo.
La ciudad debe ser, casi, como una casa. Debe ofrecer los mismos niveles de habitabilidad y “confort”: aseo, agua, descanso y relajación. Entonces es necesario fomentar su función doméstica de proximidad y acercamiento. El espacio urbano y su amueblamiento ligados al comportamiento social resultan en el diseño y construcción y uso de espacios que hacen de la calidad de vida, el disfrute y respeto por el entorno; y el placer estético, su razón de ser.