Hay palabras que se gastan de tanto usarlas. ¿Hay afirmaciones que, a fuerza de repetirlas, pierden su fuerza? ¿Cuánto vale un “te quiero” dicho sin alma? ¿De qué sirve pronunciar un nombre, si olvidas a la persona que hay detrás? Decía aquel mandamiento “No tomarás el nombre de Dios en vano”. Es una idea sorprendente. Tomar un nombre en vano. Decir con los labios lo que la vida no dice. Pronunciar sin sonrojo palabras que habría que decir de puntillas, como compasión, justicia, pobres o amor, NAVIDAD. Es bonito pensar en el poder de las palabras, o en nuestro poder –y responsabilidad- al pronunciarlas.
HOY que comenzamos, una vez más el tiempo de adviento, tomo unas reflexiones del cyber espacio (pastoralsj.org) que nos ayuden a pensar antes de hablar, actuar y decir un te quiero cotidiano, un te amo papá o mamá, o una feliz navidad, un feliz año. Seguro algunos ¿muchos? Ya están pensando ¿a dónde ir? ¿qué regalar? Lo que quiere decir, ¿qué comprar? ¿qué consumir? ¿a dónde y con quién festejar la navidad y fin de año?
Para quienes nos decimos católicos, EL ADVIENTO nos prepara para el advenimiento de un gran acontecimiento; HOY NOS HA NACIDO EL MESIAS, EL SALVADOR. Adviento es pensar antes de festejar, es preparar el corazón para que explote la alegría, la paz en acoger el perdón y la reconciliación que nos trae la ternura de un niño. Así nuestras palabras sonarán auténticas y fieles al amor, la verdad y la vida cuando decimos un te quiero y deseamos una feliz navidad y próspero año en medio de tanta muerte, violencia, desgracia, deslealtad. LOS BUSCADORES DEL ABSOLUTO NO SE CONFORMAN con una vida mediocre ni rutinaria, siempre buscan el más y en lo más recóndito de la vida, en la marginalidad de lo historia y su cotidianeidad.
Ahí está el poder de las palabras. Poder para perfilar, para poner límites, para DESCRIBIR. Poder para configurar la REALIDAD. Poder para herir. O para enamorar. Para seducir, y convencer, y disculpar. Ser una persona “de palabra” quiere decir ser de fiar. Tanto poder tienen nuestros versos, nuestros verbos, nuestras promesas o nuestras negativas… que es necesario pensar en ellas. Frente a la cháchara, SOBRIEDAD. Frente a la mentira, sinceridad. Frente al cacareo, SERENIDAD. Para hacer, de nuestros días, POESÍA.
El adviento me invita a pensar en el poder de las palabras y en la fuerza del amor: “Tú eres mi hijo amado” (Mc 1:11). No estamos solos en este mundo, y es el amor el que me empuja a dar respuesta a esta “realidad tan dura, que se me ríe a carcajada y que espera que me canse de luchar”. El creyente refuerza cada adviento y cada navidad en un: “A ti, Señor Dios mío, elevo mi alma: en ti confío, no quede defraudado… Indícame, Señor, tus caminos, enséñame tus sendas; encamíname fielmente, enséñame, pues tú eres mi Dios Salvador, y en ti espero todo el día. Recuerda, Señor que tu ternura y tu misericordia son eternas” (Salmo 25: 1-6).