Este año nos invitaron a pasar Navidad con mi familia que vive en Estados Unidos. La mañana del 25 de diciembre asistimos a misa y yo no pensé que sería una de aquellas misas que recordaré toda mi vida. A continuación reviviré lo acontecido durante esa hora de paz.
Entramos a la iglesia St. John. Es una iglesia blanca y elegante, muy acogedora. Dos árboles navideños decoran el altar y una voz melodiosa envuelve el ambiente. Los fieles se sientan entre familiares y extraños; unos destacan por la elegancia de sus vestidos de luces y otros por la sencillez de sus pantalones cómodos.
Nosotros destacamos por el número de miembros. Entre adultos, primos y hermanos, sumamos diez. Una señora comenta alegremente que somos una linda familia numerosa, que ella alguna vez la tuvo. Yo sonrío por ella y por nosotros.
La señora de la voz melodiosa anuncia el canto de entrada. Todos nos ponemos de pie. La misa está por empezar.
Es realmente una experiencia muy especial participar en una misa con un idioma distinto del tuyo. Se siente casi como escuchar misa por primera vez, las palabras adquieren un significado nuevo y fresco, como revelando vocales nunca antes oídas y mensajes ocultos entre las pausas nunca antes detectados.
Father Jim, el sacerdote, empezó la homilía diciendo: “¡Feliz Navidad! Entre nosotros, hay quienes nunca antes han venido aquí, que están de vacaciones o visitando a sus familias y estamos también los que vivimos aquí, los residentes permanentes. Pues quiero decirles que no importa de dónde vengan o quiénes son; hoy, esta es su casa. Hoy, St. John (la iglesia), es su hogar… Bienvenidos a casa. Quiero pedirles algo, que esta sensación cálida de volver a casa, ese estado de amor y gracia permanezca en ustedes para siempre…
Dios nos ama y no espera que nos ganemos su amor, sólo que lo dejemos entrar. Que digamos sí, como María y José… Él ve lo sagrado y lo santo en cada uno de nosotros, sin importar qué clase de personas somos o qué hayamos hecho. Les invito a ustedes a ver también la santidad en cada uno de sus hermanos y en ustedes mismos…
Quiero pedirles algo más. Que hoy, en el almuerzo de Navidad, realmente amen a cada una de las personas que se sienten en su mesa. Que este sentimiento de gozo y paz que ustedes experimentan ahora sea un regalo para aquellos que viven enfadados, frustrados, resentidos… Es un regalo que quizás tarden en acoger, pero lo recibirán porque ustedes hoy dijeron que sí al amor de Dios”.
Es maravilloso poder renovar nuestra fe por medio de aquellas palabras rebosantes y la experiencia del silencio y la fraternidad y la comunión… Proclamar la verdad que siempre ha sido y que, sin embargo, puede adquirir un sentido actual y reparador: la sensación de volver a casa, al Padre, a la luz de vivencias como ésta… Y es que Dios me ama con locura y yo también.
Feliz Navidad para todos mis lectores.
Bienvenida, María José, a nuestro staff de columnistas. No existe noche más hermosa y reconfortante, que la de compartir nuestra mesa en navidad con un niño pobre. Amarlo, y hacerlo sentir como el personaje mas importante. Saludos, RRO
Gracias Raúl por su cálida bienvenida y la sencillez reconfortante de sus palabras. Un abrazo.