Hay un hecho que ejemplifica con claridad la diferencia entre el reflejo pasado de nosotros mismos, personificados en nuestros antepasados, y nosotros mismos viéndonos en la actualidad, una diferencia que estriba en el conocimiento y un hecho que son los eclipses.
Es de agradecer que la historia nos permita conocer cómo actuaban nuestros ancestros ante un eclipse, pero es una pena no poder figurar en las mentes y corazones de ellos ante un fenómeno como ése y saber qué pensaban y qué sentían. Qué si no iban a pensar las culturas primitivas que adoraban al Sol y a la Luna al ver cómo estos se oscurecían; pues que estaban malucos, enfermos, enojados o enfurecidos, vete tú a saber.
Cómo veían los antiguos chinos este fenómeno, pues muy sencillo, pensaban que un enorme dragón engullía lentamente al Sol y cómo reaccionaban, pues con toda lógica, armando mucho ruido y lanzando flechas al cielo para asustarlo y nunca se equivocaron de estrategia, pues el dragón siempre acababa retirándose. Hasta tal punto se tomaban en serio este fenómeno, que según una leyenda, dos astrónomos chinos, tras una buena dosis de embriaguez no atinaron a predecir el eclipse del 22 de octubre de 2137 a.C. y por ello no se pudieron celebrar las ceremonias pertinentes a tal evento. El emperador, sorprendido y atemorizado, mandó decapitar a los astrónomos.
Pero no hay que ir muy lejos para seguir en esta línea, en la alta Guatemala, algunos indios descendientes del imperio Maya, creen que los eclipses pueden ser causa de enfermedad y temen que los hijos nacidos en esos días puedan ser ciegos, mudos, sordos o deformes; y algunos hacen sonar sus flautas y tambores y sacuden todo aquello que pueda producir ruido para ayudar al Sol a librarse de los malos espíritus.
Y por qué los humanos actuales no podemos hacer lo mismo que nuestros antepasados, ver signos diabólicos en los eclipses, pues sencillamente por la actuación a lo largo de la historia de determinados personajes, obsesionados con el saber, quienes tras largas horas de observación y análisis, han dado con la tecla del movimiento triangular entre Tierra, Sol y Luna, que en contadas y precisas ocasiones producen eclipses, que ya no nos producen temor gracias al conocimiento. A los astrónomos actuales no se les decapita ni tampoco nosotros vemos signos diabólicos en los eclipses, al contrario, lo que observamos en ellos es un elegante baile de luz y sombras, una maravilla de la naturaleza de la que podemos disfrutar por su belleza y majestuosidad. En un eclipse de Luna, la Tierra está entre el Sol y la Luna y se produce cuando en un día de luna llena, la Luna entra en la sombra que produce la Tierra. En un eclipse de Sol, la Luna se coloca entre la Tierra y el Sol, impidiéndonos verlo.
Y ahora os invito a la reflexión. Supongamos que la Luna está entre la Tierra y el Sol. Sabemos que la órbita de la Luna es elíptica y su distancia media a la Tierra está en 384.000 km. Pues bien la distancia a la que se proyecta la umbra de la Luna hacia la Tierra es de 376.000 km, cómo es posible entonces si la sombra no llega a la Tierra que podamos ver un eclipse de Sol?.