Era un médico muy joven. Hacía mis primeros intentos para ser psiquiatra y había formado una sociedad para tener un electroencefalógrafo con un psiquiatra mayor que yo.
La electroencefalografía estaba en pañales en el Ecuador, por lo que el Dr. Roberto Gilbert haciendo uso de sus conexiones internacionales, me consiguió que yo vaya a aprender electroencefalografía en el South Miami Hospital de Florida.
Me fui a un hotel en el centro de la ciudad que costaba ocho dólares diarios.
A los quince días me llamó mi socio para decirme que él también podía ir a Miami, para aprovechar el lugar donde yo estaba y así también poder aprender. Así las cosas, el siquiatra llegó a Miami al mismo hotel. Para ahorrarnos dinero, íbamos a una tienda donde comprábamos pan y jamón para comer.
Así pasaron los días entre el hotel y el hospital; otra vez el hotel y de vuelta al hospital. Estábamos cansados de la tediosa rutina. No teníamos dinero para derrochar y no conocíamos a nadie.
Un día domingo le dije a mi amigo: ¡mira aquí en el periódico anuncian la apertura de una nueva piscina con muchas atracciones!
Buena comida y espacios verdes. Este es el lugar donde vamos a distraernos de la aburrida rutina que tenemos. Una vez tomada la decisión, alquilamos un carro y con un mapa en la mano nos dirigimos hacia la anhelada piscina. Después de luchar por encontrar las calles ya que mi amigo no sabía ni siquiera decir yes en inglés, llegamos a la autopista principal para tomar el rumbo a nuestra piscina.
La autopista era majestuosa. Tenía siete carriles de ida y siete de venida separados por un foso que nos permitía ver el intenso tráfico vehicular de ambos lados. Pese a lo grande que era, la cantidad de carros que circulaban en ese instante hacía que el tráfico no continuara y por momentos estábamos sin movernos. Llevábamos en este embotellamiento más de cuarenta minutos. Cada vez me ponía más impaciente porque el tiempo pasaba y los carros no se movían. Estando parados y sin poder avanzar, descubrí que al lado izquierdo de los siete carriles había uno que estaba vacío y nadie utilizaba. No entendía por qué nadie de los que manejaban carros en los siete carriles atestados de automóviles, cogía su carro y se metía en ese solitario carril para circular sin ningún tropiezo.
Haciendo uso de la malicia mezclada con zapada, cogí mi carro y me metí en el carril vacío. Era maravilloso poder andar rápidamente a más de cincuenta millas por hora viendo como todos los demás carros continuaban parados.
Mientras manejaba me decía: ¡que tontos son! Habiendo un carril vacío, son tan bobos que se quedan en los carriles que están llenos de automóviles para esperar a que a los policías les dé la gana de hacerlos continuar. Nosotros somos avispados; le decía a mi compañero. Devorábamos el asfalto, mientras rebasábamos a un pocotón de carros que seguían parados en esas interminables filas. Corríamos y corríamos hasta que después de siete kilómetros, un carro patrullero de la policía había atravesado el carril para detenernos, mientras tres policías bravísimos, nos hicieron bajar del carro. Nos gritaban y nos increpaban en inglés.
Para no meterme en más graves problemas de los que ya tenía, me hice el que no sabía nada del idioma y les respondía: ¡ mi not undersant ¡- ¡y am a doctor from Ecuador! ¡ay don spick inglish ¡ Para esto, los policías se embravecieron más y gruñéndonos fuertemente nos hicieron poner nuestras manos sobre el techo. Nos increpaban y gritaban que como era posible que nos hubiéramos metido en un carril por donde era prohibido circular. Nos vociferaban que habíamos cometido una grave falta, puesto que poníamos en peligro a los demás carros porque les quitábamos la posibilidad de que en una emergencia ese carril sea usado por una ambulancia o por la policía etc.
Se hiso tan inmenso el problema, que en pocos minutos sonaron otras sirenas y dos patrulleros más vinieron en auxilio del primero. En pocos segundos había como diez policías frente a nosotros. Yo seguía fingiendo no entender lo que decían, por lo que el policía gringo le pidió a un cubano que nos hablara.
El policía cubano que era grandote y parecía gringo nos vociferó: ¡oye chicocosa más grande! ¡Han cometido una falta grave que se paga con la cárcel ¡Han invadido una vía que está prohibida para circular!…
¡En ese momento me picó la picardía criolla! Mirándolo fijamente le señale el letrero que estaba arriba de nosotros y le dije:
¡pero….de que mala cosa me acusas si solo he obedecido lo que dice ese letrero!
¡cual letrero me respondió!
¡Ese letrero que está allá arriba que dice Car pool only!
¡Cómo yo estoy camino a la piscina, me metí en el carril que solo es para carros que van a la piscina!
El policía se quedó desconcertado… No sabía que decir; mucho menos que hacer… Repetía y repetía….!Car pool onlysolo para carros que van a la piscina! No pudo contenerse más y comenzó a reír a carcajadas. Las lágrimas se le salían de tanto estallar de risa. Para todo esto, yo permanecía inmutable como si no entendiera nada.
El policía cubano les tradujo en inglés a los demás lo que pasaba y todos comenzaron a reírse. A renglón seguido el policía me explicó detenidamente que no era un carril solamente para carros que van a la piscina, sino que Car pool only era un carril destinado para que un conductor tuviera preferencia para transitar por esa vía cuando llevara a trabajar a varias personas y así ahorrarse tiempo y gasolina.
Yo me hacía como el que no sabía nada y le asentía firmemente con la cabeza como si recién me estuviera enterando. No me hicieron nada; ni siquiera me levantaron una infracción. Incluso designaron a una moto para que me abriera paso entre los carros parados y me llevara unos kilómetros más adelante hasta encontrar una intersección para llegar más rápido a la piscina.
Hasta ahora me río…
Gracias a la picardía criolla dije que me metí en el car pool only para justificar por donde andaba y no ser llevado preso.
Muy buena anecdota Dr. Palacios, tambien yo me he reido. Alba