21 noviembre, 2024

En una democracia electorera…

Aparentemente decir elecciones es, en la práctica, decir democracia. ¿Es, sin embargo, así? Posiblemente algo en la forma. Nada más. ¿Qué tanto importa, de todas maneras, esto de cambiar, con cierto ritmo de balanceo, funcionarios y autoridades de varios rangos, pero mantener a presión las viejas prácticas de manipular el poder político? ¿Acaso los candidatos responden, en verdad, a los intereses reales de la mayoría de los electores que buscan, de una u otra manera, dar solución, aunque sea, a sus necesidades vitales? Rara vez, en algún sitio recóndito del planeta, alguien cree o razona que “no está de más presentar, con cierta estructuración real, un plan de trabajo”. Algo que exponga, con cierta veracidad, los proyectos y programas con recursos técnicos, humanos y económicos que sirvan como referente claro de lo que, fundamentalmente, sucedería en caso de ser electo…

Semejante rareza, en realidad, debería ser el modus operandi de la actividad eleccionaria que, por principio democrático, sería cumplido ante los tribunales electorales. Pues el asunto no es algo personal que responde a los bolsillos y a las puras aspiraciones glandulares de cada postulante. Están en juego, casi siempre, millones de habitantes, con todo un mundo de ilusiones perdidas o en proceso de realizarse. Nadie tiene, por lo tanto, el derecho de experimentar con sus cuerpos, sus mentes, sus valores … ¿Acaso la sola habilidad de obtener el voto, para imponer cualquier tipo de comportamiento humano, quizás incoherente con la razón social de un bienestar en justicia y en libertad, permite hacer de una sociedad un laboratorio? . En otras palabras, no puede ni debe forzarse a los pueblos, de ninguna manera, a moldear su andar en un camino ideológico al margen de sus preferencias vivenciales …

Los peros contra esta falencia ideológica que llaman democracia están a la vista… Cuando se llega al poder, en general, el oficialismo se vuelve omnipresente. Cada gobernante, incluso, pretende que su presencia, a partir de ahora, debe ser reconocida como indispensable. Son capaces hasta de cambiar el calendario, los nombres de los días y hacer una cedaceo con las “fechas patrias”. De aquí hay un paso a creerse benefactor, reformador, restaurador. Todo es vital hacerlo de nuevo. La refundación del país se vuelve una exigencia. Por eso, de inmediato, es muy significativo una nueva constitución, elaborada por su sastrería política particular, como traje a la medida de las ambiciones del mandatario. Aquí las aspiraciones del pueblo ya no tienen cabida, una vez terminadas las elecciones… La burocracia, esa pesada carga que compite con el afán de la tortuga de no llegar jamás a destino, es el referente básico del Estado para su manipulación que, quiera que no, es convertido en el fundamento de la corrupción. Claro que llegar al poder significó haber comprado los votos directa o indirectamente a sus votantes…

Hoy, por ejemplo, en los actuales gobiernos de turno latinoamericanos, sus dirigentes mientras buscan liquidar a los partidos tradicionales, van creando el propio con igual afán de poder e implicados en lo que denuncian como negociación de las votaciones. ¿No es que, abiertamente, impulsan, promueven y defienden, a raja tabla, el clientelismo? ¿O no es clientelismo eso de ofrecer cargos mientras gritan sus “soluciones sociales” mediante la promoción comercial del combo? ¿Es que hay otra manera racional de comprender eso de andar repartiendo el dinero público, a cambio de mantenerse en el poder, con el nombre de bono? En Ecuador, por ejemplo, pasó de “bono de la miseria” a “bono de la dignidad”, a sabiendas que el trabajo es lo que da dignidad y no mantener a la gente con la mano extendida ni de rodillas. ¿O es que alguien no comprende que un pueblo manejado mediante un bono de la dignidad es, simplemente, un pueblo que vive, físicamente, en la miseria y que es promovido para volverlo, definitivamente, miserable?

¿Elecciones? Si, claro… ¿O amarre desde un centralismo populista que quiere que todos transiten un único camino (irónicamente llamado “nuevo”), aunque chueco, gastado y ensombrecido por quienes ya lo han recorrido antes, y han muerto en el intento de su andar? Sí, claro, “las elecciones son una fiesta cívica”. Y tanto que los ciudadanos acuden para concluir con la fiestecita lo más rápido. Pues, solo se trata de conseguir el certificado de haber votado, para evitar tener problemas en sus actividades sociales y económicas más tarde. O sea, se va a elecciones contra el derecho de cada ciudadano a no hacerlo, porque es obligatorio y, además porque sin dicho certificado el ciudadano queda desnudo, socialmente hablando. Prácticamente pierde sus derechos de transacciones comerciales y financieras, de movilización, de trabajar o sea, sin la posibilidad real de tener seguridad social. ¿No significa esto acaso criminalización del derecho natural a la libertad de pensar y expresarse y a la conciencia de reprochar una farsa? Obligatoriedad de elegir, y dar paso a la corruptela, es antidemocrático. ¿O es que hay que creer que elegir a candidatos que nadie conoce, en su formación personal y proyección social, y posicionados como alternativa unos días antes del evento, es vivir en libertad y en democracia?

Un criterio sociológico de Vicente Rocafuerte que puede, perfectamente, interpretarse como una posición política aclara más este escenario del civilismo electorero… Decía, consternado, en su comprensión del sistema social democrático, que era una lástima que luego de haber conseguido Ecuador la independencia, para consolidar una justicia y libertad definitivas, haya que seguir dependiendo de las fuerzas militares para proteger dicha democracia. Al paso de 200 años transcurridos, tan nefasta práctica está institucionalizada. ¿No son los militares hoy, 2014, los vigilantes de la democracia, sus emblemáticos protectores? ¿Quién controla los predios electorales? ¿A quién se entrega la vigilancia de las urnas? El día de elecciones, aunque quiera disfrazarse la situación, es un día en que el país está militarizado… ¿Por qué? ¿Contra quién? ¿Algún enemigo acecha? ¿Es que no hay confianza en la conciencia social civil? ¿O es que no existe conciencia social civil capaz de ser la matriz real de todas decisiones colectivas? ¿Cómo caminar en una democracia si sus fundamentos quedan negados en los propios actos electorales, por la vigilancia de los fusiles? Las libertades no pueden consumarse por la fuerza, pues dejan de ser tales, y sus objetivos de formación social creativa son convertidos en burla y desprecio!

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1 comentario

  1. De todos los artículos que e leído de Ud. este,no tengo duda ninguna es una perla. Perla ,lo digo de verdad , tremendo articulo,lo felicito.

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