Se acerca el día de la mujer y me he puesto a pensar en mis antepasadas “mujeres”, en sus limitadas condiciones de vida, en el irrespeto que sufrían, y en todo lo que “algunas mujeres” debieron luchar para conseguir cambios que hicieran justicia a su categoría de “iguales” en dignidad y valor humano.
Las mujeres del mundo occidental no podían estudiar, sufragar, trabajar, escribir sobre determinados temas, ni ir a determinados lugares “exclusivos para varones”. Yo me siento agradecida y satisfecha con el mundo que he recibido, un mundo de posibilidades, en el que no tengo más que revisar mis talentos y elegir. Pero será posible que yo sea tan miope, que no me dé cuenta de que sin necesidad de irme al África o a ciertos países de Oriente, donde todavía les cortan el clítoris a las niñas, interrumpen los embarazos de niñas, prohíben a las mujeres caminar por la calle sin compañía de varón, ir a la escuela, o trabajar para sustentar la alimentación de su familia, puedo encontrar situaciones injustas para las mujeres.
No hace falta ir tan lejos. En mi país todavía existen empleadas domésticas que viven en casas de sus patronas y no pueden ver a sus hijos, sino cada ocho o quince días. ¿Qué tengo yo, que puedo regresar a mi casa desde mi trabajo todos los días y conversar con mis hijos, que no tienen ellas? ¿Por qué yo salgo del trabajo a las cinco, o seis, o el horario que me permita mi jefe, y ellas deben servir un sánduche de queso caliente o una bebida a las once de la noche, y empezar a preparar el desayuno de sus patrones a las seis de la mañana, mientras la jefa duerme o se va al gimnasio, sin siquiera enterarse de lo que están desayunando sus hijos? ¿Por qué ellas no ganan sobretiempo o reciben una remuneración adicional?
En mi país hay mujeres a las que sus maridos las someten a tener relaciones sexuales violentas, sin respeto ni delicadeza; mujeres que se sienten obligadas a recibir al marido borracho y limpiar todo lo que ensucia. Chicas abusadas o acosadas por sus padres, padrastros o familiares. Mujeres que deben soportar piropos inapropiados de sus patrones, y en ocasiones proveer favores sexuales a cambio de mejores recursos para su familia. Mujeres chantajeadas por sus profesores en colegios y universidades. Mujeres que aceptan que las contraten en canales de televisión para mostrar sus cuerpos con menos ropa, eso si el productor o director del programa no las seduce a cambio de un minuto de fama. Mujeres que renuncian a la posibilidad de trabajar con dignidad, explotando sus talentos y esforzándose por ser más respetadas.
Lo más grave es que nosotras, las otras mujeres, lo toleramos y lo permitimos. Somos la patrona que quiere preservar la “felicidad del hogar”, para recibir al marido de buen ánimo y atenderlo, a costa de otra mujer que vive en nuestra casa, sirviendo a nuestra familia y descuidando la suya propia. Somos las gerentes de las empresas que manosean la dignidad de la mujer y menosprecian su talento. Una gerente mujer un día me dijo que me pagaba menos que a un hombre que hacía mi mismo trabajo, porque él debía mantener a su familia y yo no. Por cierto, yo aportaba enormemente a la manutención de mi casa y necesitaba ese trabajo y creo que tenía mejores competencias profesionales que el compañero en cuestión. Y, en muchas reuniones de directivos he dado ideas que nadie escucha, para que luego de cinco minutos un varón repita lo mismo y lo feliciten por su brillantez. Y las demás mujeres en ese directorio no han dicho ni hecho nada.
He visto cómo en algunos colegios privados impiden a las niñas jugar fútbol porque no es un deporte femenino, y sugieren actividades que no respetan la originalidad de esas niñas. Que en secreto dicen que los varones no pueden dedicarse al arte porque eso no les dará para vivir y las niñas sí porque para ellas será un hobbie y además nunca tendrán que proveer para sus familias. Diseñan el futuro de las niñas en nombre de modelos preconcebidos e irrespetuosos con la riqueza de cada ser humano.
Permitimos que mujeres activistas nos confundan diciéndonos que la solución está en el aborto, porque, ya que somos dueñas de nuestro cuerpo, tenemos derecho a matar al bebé que hemos concebido. Mejor haríamos en enseñarles a pensar antes de actuar o dejar actuar, elegir dónde van y con quién van (en otro espacio se puede analizar el tema del aborto). O que somos libres de tener todas las relaciones sexuales que queramos –en realidad que quiera el hombre – , con quién queramos, cuándo queramos, consiguiendo únicamente que los varones ya no tengan el trabajo de la conquista, que nos perdamos ese tiempo de enamoramiento y de conocimiento para ir directo al sexo, vacío, sin sentimientos, ocasional y promiscuo. Porque eso nos hace más libres, más autónomas, más dueñas de nosotras mismas. Yo diría, más usadas.
Las mujeres de mi país necesitan respeto a su dignidad, a sus talentos personales, necesitan oportunidades para ejercer sus derechos desde niñas. Derecho a compartir las labores del hogar con los varones de la casa, a aprender ciencias y tecnologías si ese es su talento, y a jugar fútbol y andar en moto si eso es lo que les gusta. Derecho a elegir a quien aman y con quien quieren compartir su cuerpo y su intimidad, a tomarse su tiempo para amar, a disfrutar de relaciones plenas y sinceras. Derecho a elegir quedarse en la casa con los niños si así lo quieren y pueden hacerlo, a tener una carrera profesional en el campo que sus talentos y capacidades se lo permitan. Derecho a trabajar dignamente y además atender a su familia y gozar de tiempo personal, a tener un compañero que las respete y con el que comparten un proyecto de vida, a dar su opinión, que sea escuchada y valorada. Derecho a usar la ropa que les gusta y encuentran cómoda, o con la que se sienten más lindas y atractivas, sin que les digan que con ello obligaron al hombre a irrespetarlas o violentarlas, a no ser objeto decorativo en la vida de nadie y a que no usen su cuerpo para vender baldosas de piso o escritorios de oficina. No puede ser que el criterio más importante o el insight para la compra sea una mujer semidesnuda sobre tal o cual baldosa.
Esa es la liberación femenina por la que quiero luchar. La liberación femenina que muy pocas mujeres de mi país gozamos y que injustamente la mayoría de las mujeres ecuatorianas no conocen. Ya somos políticas, funcionarias públicas, empresarias, jefas, gerentes, decanas, rectoras, maestras, ya tenemos mucha influencia en la sociedad, solo hace falta conciencia y acción, no solamente el 8 de marzo, sino todo el año.
Dios en su grandeza, luego de construir un mundo con su enorme naturaleza creó al hombre, pero notó que faltaba algo muy importante, y creó a la mujer. Pero desde la creación del mundo existió el machismo, en la época de las cavernas el hombre tomaba a las bravas a su mujer, y en la actualidad todavía existen naciones en donde predomina este fenómeno machista en donde la mujer tiene que usar el «burka», no debe estudiar, no debe participar de reuniones, y en fin ciertas medidas que son salvajes y primitivas. Ojalá pronto se alcance esa «liberación femenina», en donde la mujer sea ese símbolo de belleza, respeto y autoridad matriarcar; pero también depende de la mujer alcanzar ese respeto y no ser objeto de propaganda nudista en cigarrillos, llantas, bebidas, etc.
Muy buen artículo querida Mónica…nos queda la ardua tarea, desde nuestra trinchera, trabajar en mayor conciencia y acción…todo el año.
El tema es vasto. Desde ya debemos sentirnos felices por haber nacido del buen lado del hemisferio. Pues mal o bien disponemos de libertad para desarrollarnos como seres humanos; las musulmanas nada, cero. Nuestra situación está lejos de ser perfecta; pero algunas nacimos con la suerte de haber tenido padres maravillosos e inteligentes que supieron darle libre curso a nuestra naturaleza y preferencias. Solo la educación nos sacará de nuestro atraso.
«Quien educa a un hombre educa a un individuo, pero quien educa a una mujer educa a un pueblo». Mahatma Gandhi.