A Bonil… Gracias por hacer conciencia, con tan fina ironía, sobre la mediocridad del poder…
La caricatura no es más que una alteración de la realidad, con la ironía como instrumento comunicacional para maximizar, por la exageración en más o en menos, las cualidades, propiedades o características del objeto o evento tomado en cuenta en cada caso. De esta forma, tan expresiva, de ver, sentir y proyectar las cosas se valen muchos ingenios para emitir sus vivencias. Profesionales y artesanos han hecho de la caricatura un medio idóneo para presentar su comprensión del mundo a través de escritos, pinturas, esculturas… ¡ Qué difícil sería la vida, sin la ironía que permita comprender la fragilidad de la misma , sintetizada en una sonrisa o en una amplia y tonificante carcajada…! Pero la caricatura no es una opinión. Peor aún, como han pretendido confundir, cierto oficialismo insano de mente, identificando el caricaturismo con un comentario editorial. Todo para criminalizar el burlarse de la estupidez personal y social de los políticos de turno… Pretexto, nada más, para darles trabajo a fiscales perrunos y jueces de bolsillo… ¿Es que, acaso tan tontos son los políticos que, en su propia condición de mercaderes de vanidades, no están percatados de ser mágicos simuladores de una vida real en que no creen o la ignoran?.
No hay nada tan bueno para la salud como saber reírse de sí mismo… De las complejidades que todo humano sufre en el destino de su cuerpo. Pero no hay nada mejor para la salud como saber reírse de los demás… De esos que creen que engañan a los pueblos por manosear a los pobres o hacerse aplaudir de los borregos llamándoles ciudadanos… Pues, como bien dijo Lao Tse hace más de 2.500 años “quien se exalta a sí mismo no es excelso… Es que todo hombre que proclama sus méritos es un hombre inferior…”. Aunque la caricatura siempre ha estado acompañando el quehacer de las gentes, en todas partes y en todos los instantes, recordar el tratamiento burlesco de la filosofía socrática por Aristófanes es refrescante, al margen de que guste o no al lector. Igual sucede con Ovidio, Juvenal, Petronio, Shakespeare, Boccacio, por citar unos cuantos que, con la pequeña lamparilla de aceite que dejaron prendida, siguen iluminando el mundo… “¿Te das cuenta bien de lo que es un griego? – pregunta Juvenal en sus Sátiras. Y contesta “Gramático, retórico, geómetra, pintor, masajista, augur, médico, saltimbanqui, mago… ¡Subirá hasta el cielo si le conviene! Un griego hambriento sabe todos los oficios”.
No hay, sin embargo, alguien tan fenomenal como Oscar Wilde, en esto de caricaturizar la sociedad y a los engreídos creyentes de que valen algo… La ironía, mordaz en veces, cínica otras, hace de sus obras, incluidas las reconocidas serias, un repertorio de genialidad… “Dadme lo superfluo – solicitaba a la crítica – porque lo necesario lo tiene todo el mundo…”. No sería honesto dejar a un lado a Enrique Jardiel Poncela, uno de los más inolvidables escritores caricaturistas de la España encarcelada por Franco, de todo lo respetable, incluido los valores dogmáticos y, por supuesto, todo lo que olía a tiranía, autoritarismo, sinónimo de alguna idiotez… Tampoco, por supuesto, olvidarse de Miguel de Cervantes sería correcto. ¿Existe, acaso, una caricatura de la vida social, tan genial, tan maravillosa, tan humana como Don Quijote de la Mancha y su compañero Sancho Panza? Imbuido de la ideología caballeresca, atrasada ya de la historia, pretende, al tiempo que conquistar a Dulcinea, enderezar entuertos creados por el engaño de la subjetividad neurótica que vive… Y claro, también reclama atención la obra que Sinclair Lewis publicó en 1922 en Estados Unidos, para señalar la vida mentirosa y falsa del consumismo del capital, amañado entre la falacia científica del marketing y la prepotencia del chantaje publicitario. Babbitt estará para siempre señalando, en una caricatura de alto nivel literario, al norteamericano medio incapaz de tomar conciencia de su mediocridad, y que llena las calles y los hogares de las ciudades adictos a la producción industrial en serie…
Aún recuerdo, en uno de mis primeros viajes a Chile, allá por la década del 60, que conseguí en un kiosco la revista Topaze. En su portada estaba dibujado, con su sobresaliente nariz aguileña (a lo Pinocho) el presidente electo Eduardo Frei Montalva, leyendo su discurso de posesión. El papel del escrito caía al piso y seguía, con el dobles de la página carátula, hacia el interior de la revista, en donde claramente se apreciaba que no era otro que el papel higiénico colgado al lado de la tasa del cuarto de baño. ¿Para qué serviría luego este discurso, tan políticamente estructurado? ¿Ya sacó usted lector la interpretación correcta? Qué bueno! Para los entusiastas del mataburros, y políticos improvisados: el Larousse ilustrado califica la caricatura de “obra de arte”.
Pero que hacemos con las personas que no tienen el más mínimo sentido del humor, ni encuentran en esta noble expresión artística el verdadero sentido de la alegría, sino al contrario, se amargan expresando así lo arrogante y nefastos que son. Muy buena opinión Sr. Marco Arteaga.