21 noviembre, 2024

El gran clavo no es la política, sino los políticos.

El Diccionario razonado de legislación y jurisprudencia, escrito por el jurista español Joaquín Escriche a fines del siglo XVIII, define política como: “el arte de gobernar, dar leyes y reglamentos para mantener la tranquilidad y seguridad públicas y conservar el orden y las buenas costumbres”.

Esa definición ya nada tiene que ver con lo que vivimos hoy como política, llenas de escándalos, falseos y desplantes de legisladores borregos faltos de idoneidad, gobernadores chambones y dirigentes de convicción salarial.

La política moderna, del Siglo XXI, es la de Joseph Goebbels.

Engañar es hacer creer a los demás una intención o una realidad inexistente; está muy ligada a las actuales técnicas de la mercadotecnia y de publicidad. Su práctica evidentemente es contraria a la ética más elemental y su generalización en la política degrada a la sociedad, crea desunión y rompe los lazos mínimos de solidaridad que debe de haber entre los integrantes de una comunidad.

Mercadeo con publicidad saturadora, acusar al que se pueda (mientras más descabellada la acusación: mejor); todo, sin refutar al contrincante; sino más bien demostrar que es peor y que sus tropelías son más escandalosas que las de ellos.

El objeto es eludir la responsabilidad, evitar enmendar o sancionar actos ilegales o voracidades indebidas de recursos públicos. Usan la mofa y la adjetivación denigrantes al ser personas sin espejos, incriminan a los que parecen acaudalados [fuera de su argolla de enriquecimiento inexplicable], pero se sabe entre los convecinos que en realidad se trata de salvar la argolla y una venganza hacia los demás; por eso hay que acallar la prensa libre e impedir que el pueblo sea advertido.

Es increpado, perseguido e inculpado el que cuenta lo evidente y con pruebas, son cínicos en usar programas sociales perjudiciales a la larga, empero buenos para fines electorales.

Sí tú me denuncias, dice el gran mogol, yo hago lo que me venga en gana y algo peor, de eso se trata y no de otra cosa.

La “política pública” más generalizada en nuestros días es la del engaño; hablar de tal forma que no sea claro lo que se dice, ni mucho menos lo que realmente se pretende.

La cúpula del sistema no quiere otra visión. Esos, que dan empleo y les pagan el sueldo y sus derroches, son un sector infame, crítico de sus acciones y proponen una reforma con dedicatoria; pero, por supuesto, no se dice la finalidad real de la reforma sino que se sostiene que se trata de salvar al país componiendo los sistemas que “han estado por años abandonados”.

Es el espectáculo del “Gran Cabaret”, dónde prevalece el más amoral.

En el caso de Venezuela, no les importa llegar al nadir de sus instintos protegiéndolo porque es parte del juego del Dominó y con él caerán fichas cimentadas en el albañal de sus actos. ¡Cuántas cosas saldrán a flote de la cloaca del régimen usurpador, más pronto si los habitantes del planeta tienen sangre decente en sus venas!

¿Con qué autoridad moral puede la demente cretina/argentina apoyar? ¿El violador Evo? ¿Los Castros que hasta hoy tratan a su pueblo con menos cuidado que papeles desechables? ¿El loco mata tío de Corea del Norte? ¿Ortega? Repugna incluso listarlos…

Don Gerardo Victorino Urrutia, decía que “la política es el arte de engañar a los tontos”, hoy sabemos que la política no es un arte sino una ciencia, como la Historia, la Astronomía, la Economía…. Nos guste o no, la política domina nuestras vidas.

La ciencia política no es el clavo. El mal está en la élite que domina cualquier sistema político que engaña parejo al campesino que no sabe leer y escribir al igual que a algunos versados e incluso profesionales académicos…

El gran clavo no es la política, sino los políticos.

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“Yo fui deportista, jugué fútbol como todos los muchachos guayaquileños, fui jugador de pelota de trapo en las calles, junto a mi hermano Nicolás que fue mejor jugador que yo, y a mi hermano Agustín que fue el mejor de todos al punto de haber sido titular en el Patria con cuya divisa alcanzó el campeonato de Guayaquil, cuando se jugaba el torneo de la Federación Deportiva del Guayas y no había llegado el profesionalismo. Yo era estudiante excelente, muy indisciplinado, pero me gustaba la cultura física. Hacía pelota de trapo en las calles de mi barrio, boxeaba, levantaba pesas, estuve en el equipo de gimnasia olímpica de la universidad en la que estudie en Estados Unidos, pero no tuve la voluntad de ser estrella. Será porque me di cuenta que no tenía los dones especiales que se requieren para llegar a serlo”.

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