Llorar, amar y creer son ¿fragilidades humanas? ¿meras necesidades de una naturaleza limitada? O son momentos inherentes a nuestro desarrollo como personas y manifestación de lo que somos y podremos ser si nos guiamos por la verdadera corriente de vida que produce la autenticidad de un llanto, de un momento o una larga existencia de amor, como prolongación de una esperanza concreta que no sabes que es pero que anhelas y deseas, das forma desde el vacío de tu nada a la absoluta certeza de la fuerza de una fe que solo se manifiesta en la confianza de alguien que no falla, de un corazón que crece en la medida que cree en algo como ideal o realidad que hace llorar como hace reír y nos permite seguir amando, luchando, caminando.
Si algo podemos decir de nuestra realidad humana no es simplemente que somos complejos, sino que a la vez somos sensibles a quienes nos afecta lo que nos sucede, y simultáneamente somos vida, que se halla siempre a salvo, que puede seguir latiendo y produciendo energía porque llora, porque ama, porque cree. Nos percibimos a la vez, como pura necesidad y carencia, por lo tanto vulnerable, pero al mismo tiempo, somos plenitud a la que nada nos falta. Nuestro doble rostro no es sino, expresión de las dos caras de lo real: lo invisible y lo manifiesto, lo implicado y lo explicado, el vacío y la forma (Enríquez Martínez Lozano, de quien tomo algunas consideraciones que comparto plenamente).
Esa simultaneidad de cosas distantes y cercanas a la vez es lo que nos ha manifestado Jesús de Nazaret, a quien proclamamos como el Hijo de Dios, como el Amor verdadero que asume la pasión y la cruz como revelación de su verdadera realidad y compromiso con la historia; en donde lo humano y lo divino se funde en su persona como algo real y complejo, pero que solo en su capacidad de llorar, amar y creer nos manifiesta cómo es Dios y como nos salva Dios. En el pasaje de Juan capítulo 11: 1-45: lo dice claramente, cuando Jesús viendo llorar a María, hermana de Lázaro, quien había muerto hace cuatro días, “Jesús se echó a llorar”, la gente reconoció el amor verdadero de Jesús por sus amigos: “cuánto lo quería”, y es en la fe de Jesús en su Padre Dios, que no lo abandona nunca, la que provoca el milagro de la vida: “Padre te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre” y gritó fuerte: “Lázaro ven afuera”.
Cuando por esas limitaciones de la vida, un adolescente, un adulto, hombre o mujer lloran porque fracasó en el amor, porque no consiguió lo que necesitaba, porque no pasó un examen, porque perdió un ser querido, sea en lo grande o en lo pequeño la fe se manifiesta impulsando vida, manteniendo esperanza para que la plenitud de vida que nos ofrece Jesús y su Padre Dios se haga realidad en ese proceso que se va desvelando poco a poco en medio de las ingratitudes de la historia, los sinsabores, llantos de nuestras limitaciones y miserias. La fe en el Hijo de Dios solo es posible si escuchamos su voz: “sal fuera”, “levántate”, es la espiritualidad creyente de hombres y mujeres quienes hemos apostado por confesar a Jesús como el salvador, lo cual no podrá serlo si no jugamos nuestra libertad en la decisión de creer en él como el hombre que llora, y el Dios que ama (alguien tan humano, solo podría serlo Dios, L. Boff) ¿Crees esto?