Domingo de Ramos
Para entender los sentimientos de Jesús en este día recordemos que durante tres años, Él ha llevado a cabo innumerables milagros con los que ha remediado las carencias materiales de las gentes. Su popularidad es inmensa. Los líderes religiosos lo odian, no por Sus extrañas ideas; no. El problema entre ellos y Jesús no es ‘cerebral’, sino ‘visceral’: le tienen rabia porque Él les ha desenmascarado ante el pueblo por sus indecencias y vilezas, y le envidian por Su popularidad: la masa sigue y admira a Jesús. Por otra parte, en tiempos de Jesús, Palestina está sometida al poder de Roma. En el pueblo hay verdadera sed de independencia económico-político-social. La multitud ve en Jesús al líder capaz de liberar a Israel del imperialismo colonizador de Roma. Jesús entra en Jerusalén y el populacho, muy ‘arribista’, lo aclama como al político que viene y que, seguro, ganará las elecciones. A pesar de los vítores, Jesús se siente completamente solo, porque sabe perfectamente bien que toda esa gente que le aclama el Domingo de Ramos, que, además, se había beneficiado de sus milagros, ingratamente, le dará la espalda, se volverá contra Él y pedirá a gritos su muerte el Viernes Santo: Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque Él sabía lo que hay dentro de cada hombre.
Ante este panorama podemos hacernos dos reflexiones:
Todos corremos el peligro de repetir la historia que media entre el Domingo de Ramos y el Viernes Santo: Dios es el ‘cajero automático’ al que ‘meto’ la ‘clave’ de mis rezos y me ‘tiene que salir’ el ‘depósito’ que le pido: mi trabajo, mi salud, mi éxito en los estudios. Si Dios no me da lo que le pido, tiene asegurada mi evolución, mi cambio: si no me cumple mis sueños de mis ‘domingos de ramos’, se las tendrá que ver con mis resentimientos, mis rebeldías y mis decepciones de mis ‘viernes santos’. Que se ande Dios con cuidado porque la historia se puede repetir… Si nos descuidamos, podemos ser tan superficiales como los del primer domingo de ramos de la historia: El ramo que llevamos en nuestras manos debe servirnos para recordar que hace dos mil años, hombres y mujeres con ramos en las manos, traicionaron a Cristo, le dejaron solo, le dieron la espalda. Este ramo debe hacerme pensar: yo no puedo repetir la historia. Debo vivir la Semana Santa en profundidad, con espíritu de conversión…
La Teología de la Liberación es hoy la encargada de reproducir la actitud de la masa en el primer Domingo de Ramos. Igual que esas gentes, ella ve el cristianismo con ojos puramente temporales. Sin embargo, Cristo vino al mundo, no para llevar a cabo una liberación económica, política, social, temporal; sino espiritual, sobrenatural, religiosa y eterna. Jesús no es el primer teólogo de la liberación, ni el primer socialista de la historia, ni el primer Che Guevara. Por esto, se equivocan los Herder Cámara, los Ernesto Cardenal, los Leonidas Proaño, los Luis Alberto Luna, los Fernando Vega Cuesta, los curas Delgado y los ex-obispos Lugo de todos los tiempos: Cristo no es lo que ellos piensan; la Iglesia no es lo que ellos pretenden. Lo dijo Él bien claro: Mi reino no es de este mundo; quién me ha nombrado repartidor de herencias…
Lunes, Martes y Miércoles Santos
Desde el Domingo de Ramos hasta el Jueves Santo, el personaje es Judas: Jesús advirtió muchas veces a Judas. Lo hizo delicadamente, lo hizo con múltiples insinuaciones, lo hizo directamente, lo hizo hasta tal punto que corrió el peligro de dejarle en evidencia… Y el cínico de Judas, no se dio por enterado, siguió en su camino de egoísmo, traición y maldad hasta el final, hasta que terminó colgándose en un árbol. Judas fue el primer Judas de la historia. Judas no tuvo un Judas ante sus ojos que le sirviera para recapacitar y no vivir su traición. Nosotros tenemos una ventaja sobre Judas: le tenemos a él que nos advierte: Ten cuidado, te puede suceder a ti, lo mismo que a mí: vender a Jesús por las 30 monedas de un placer, de una ambición…; por el apego a cualquier cosa que no sea Jesús… Jesús advirtió varias veces al Traidor, y Judas, pasando sobre cada una de las advertencias del Maestro terminó consumando su condenación. Ten cuidado: la historia puede repetirse: Veamos la historia de Judas:
Cuando se dirigían a Jerusalén para la Pasión: Los discípulos iban subiendo camino de Jerusalén, y Jesús se les adelantaba; los discípulos se extrañaban, y los que seguían iban asustados. Él tomó aparte otra vez a los Doce y se puso a decirles lo que le iba a suceder: -«Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, se burlarán de Él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán; y a los tres días resucitará.»
Antes de la Pascua: Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, le ofrecieron una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con Él en la mesa. María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume. Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice: ¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres? (Esto lo dijo no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa llevaba lo que iban echando). Entonces Jesús dijo: Déjala: lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis con vosotros, pero a mi no siempre me tenéis.
Pocas horas antes de la Cena: En aquel tiempo, uno de los doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: ¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego? Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
En la Cena: Al atardecer fue él con los Doce. Estando a la mesa comiendo, dijo Jesús: “Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar: uno que está comiendo conmigo“. Ellos, consternados, empezaron a preguntarle uno tras otro: “¿Seré yo?” Respondió: “Uno de los Doce, el que está mojando en la misma fuente que yo. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; ¡más le valdría no haber nacido!”…
Y luego, en la misma Cena, al parecer, otra vez: Jesús, profundamente conmovido, dijo: Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar. Los discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía. Uno de ellos, al que Jesús tanto amaba, estaba a la mesa a su derecha. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía. Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: Señor, ¿quién es? Le contestó Jesús: Aquél a quien yo le dé este trozo de pan untado. Y untando el pan se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote. Detrás del pan, entró en él Satanás. Entonces Jesús le dijo: Lo que tienes que hacer hazlo en seguida. Ninguno de los comensales entendió a qué se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche.
En el Huerto de los Olivos: Todavía estaba hablando, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, y con él gente con espadas y palos, mandada por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos. El traidor les había dado una contraseña, diciéndoles: “Al que yo bese, ése es; prendedlo y conducidlo bien sujeto”. Y en cuanto llegó, se acercó y le dijo: “¡Maestro!” Y lo besó. Jesús le dijo: Amigo, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?
La personalidad y la conducta de Judas debe servirme para reflexionar, porque yo puedo repetir su triste y terrible historia. Judas es el típico caso del ser humano que termina fatal por rechazar una a una las advertencias de Dios. Estos textos bíblicos nos pueden hacer pensar hasta qué punto también nosotros dejamos pasar las advertencias de Dios para que cambiemos, para que dejemos de ser lo que somos. San Agustín decía: Temo a Dios cuando pasa, por si no vuelve a pasar…