En su poema “Mucho más grave” (que me fascina) dijo Benedetti: “Todas las parcelas de mi vida tienen algo tuyo”. Desde que era pequeña saliste a mi encuentro y yo te recibí con aquella inocencia propia de los que te ven. Y aunque no te seguí recibiendo de manera metódica y cronometrada, aunque muchas veces haya volteado la mirada, todas las parcelas de mi vida tienen algo tuyo. Recuerdo, por ejemplo, la temprana costumbre de las oraciones por la noche a mi ángel de la guarda y el minuto cotidiano en la capilla del colegio todas las mañanas para saludarte. Recuerdo también los sencillos sacrificios de la niña de mi infancia en su afán por agradarte, como ceder el puesto a alguien en la misa o permanecer de rodillas en el suelo empedrado durante la procesión del Corpus Christi; enseñar con paciencia a alguna compañera y soportar en silencio los dolores insignificantes.
Más tarde, en los años de mi adolescencia, mis oraciones cambiaron de tono. En mi interior ansiaba conocerte y entablar un diálogo contigo. Yo te hablaba y sabía que me escuchabas, pero no sabía cómo escucharte yo. Leía sobre ti y tu historia me conmovía, me escalofriaba, me llenaba…
Llegaron tiempos dolorosos, donde más de una vez vi tambalear mi fe. Pero siempre estuviste ahí; en el calor de la gente, en la mano tendida, en las lágrimas silenciosas y las palabras oportunas. Empecé a introducirme en el camino de la cruz, al principio difuso y estremecedor. El peso del sufrimiento ciega y apalea hasta el cansancio. A medida que pasa el tiempo las heridas se vuelven más objetivas. Con un cierto grado de madurez, adquirido a base de llantos delirantes y oraciones sinceras y sufridas, comienzas a aceptar, incluso a querer, el camino de la cruz. Porque ese es el camino que eligió Jesús.
Ah, pero no siempre es fácil. Nuestro mal siempre ha sido la ceguera espiritual. Y un ciego no puede curarse de su propia ceguera; tan sólo puede ser humilde en reconocerla. Es por ello que debemos aprovechar aquellos espacios de lucidez, como los que te brindan los días de Semana Santa. Momentos para la reflexión, para hacer silencio y examinar la conciencia. Responder a las preguntas importantes, proponerse metas, cambiar el semblante, hablar menos, observar más, vestirse diferente, contar las nubes y empezar de nuevo.
La idea de que el camino de la cruz es el camino del sufrimiento me hace pensar que tomando en cuenta que Jesucristo vino a liberarnos de nuestros pecados esto es del sufrimiento, el camino de la cruz tendría que ser el camino de la esperanza, el camino de la fe en la infinita bondad y misericordia de Dios… y el camino de la confianza en la infinita bondad divina no puede ser un camino de sufrimiento sino un camino de infinita paz espiritual y confianza en Dios, si cumplimos sus mandamientos.
Me identifico demasiado con tus palabras… Jesus tomo ese camino para librarnos de nuestros pecados… Pero aun asi nuestra vida esta llena de tropiezos, momentos dificiles y de mucho sufrimiento…Sufrimiento que nosotros mismos nos ponemos en nuestro camino, en nuestro dia a dia… Mas esto no tiene por que quebrantar nuestra Fe, por el contrario es una herramienta para incrementarla pues a pesar de eso seguimos aca y levantamos la cabeza y seguimos adelante a pesar de TODO… Esa para mi es la FE verdadera.