Rabieta o pataleta, hostiles a la norma, contrarios o enemigos.
Alguna gente anda por el mundo con una carga pesada, la hostilidad. Esa hostilidad origina la rabieta de sus vidas y por eso son los inconformes.
Hablo de los inconforme crónicos. Los que son inconformes porque viven con su inconformidad, no buscan soluciones, no las ven, solo ven lo malo, lo que para éstos o éstas inconformes es malo.
Suelen quejarse de las cosas, en ocasiones están al tanto de lo que ocurre, solo para atacar. Hay algunos y algunas que atacan inclusive sin estar al tanto.
Aunque intenten parecer felices no lo son, sumidos en su contrariedad con la vida no ven la luz, no hallan el camino y siguen alguna corriente esnobista que los invite a no deprimirse del todo dentro del propio fracaso, que es lo que en realidad, experimentan en su interior.
Hay algo que los saca por momentos, de la oscuridad y les brinda la oportunidad de ver un tono gris claro que es mejor que el negro absoluto que albergan en su corazón.
¿Por qué? Porque no han alcanzado la capacidad de la aspiración. El profundo deseo de alcanzar algo superior, algo que está más allá de lo mundano.
Atraer aire a los pulmones, desear intensamente algo, encender el afecto del alma para alcanzar a Dios. Hacer ese sonido del lenguaje producido por el roce del aliento, cuando se emite con fuerza, ser conscientes de ese espacio de la pausa que solo puede dar lugar a respirar.
¿Un juego de palabras? ¡Sí! Así es. Un juego de palabras con un contenido, el de expresar lo contrario al estado de inconformidad y su posterior berrinche.
Hay que tomar conciencia del valor de la vida e intentar, con determinación, encontrar el sentido de nuestra presencia en este mundo, aquí y ahora.
Hay que encender el fuego del alma, escuchar el sonido del aire que sale solo para dar paso a una nueva inhalación, se cumple el proceso de respirar que nos mantiene vivos.
El que critica con cizaña está perdido, debe buscar el punto de partida de su hostilidad y revertirlo. La crítica con hostilidad conlleva un juicio de valor, y para hacerlo hay que conocer bien lo que se juzga, hay que investigar a fondo, es decir, no se puede juzgar a partir de opiniones personales o suposiciones. Ni tampoco manifestar críticas sin sustento. Todo eso da lugar a la calumnia, a la infamia, a la mentira (ésta última muy similar a las otras y la menor del trío pero igual de destructiva, por mucho que simule ser pequeña).
Lo que no construye ni preserva, destruye. Y lo que destruye para mal, obviamente no es para bien. La inconformidad debería llevar al ser humano inteligente, pensante, a construir. El querer dañar a otros a base de comentarios malintencionados no es inteligente ni da muestras de superioridad. No es productivo y actúa como repelente hasta de la buena suerte. Es el berrinche del malcriado, del mediocre, del que no piensa, del que vive a tientas consigo mismo deseando alcanzar, tal vez, justo aquello que tanto detesta en los demás.
“Porque por tus palabras serás declarado justo, y por tus palabras serás condenado”
¡Cuidado al hablar de los demás! Mi suegro decía una frase que no se deja olvidar: “El mal es como la pelota, rueda y rebota a quien la bota”. Amén.