24 noviembre, 2024

La Gran Calamidad

Este año se cumple el centenario del inicio de la I Guerra Mundial, acontecimiento que con toda seguridad los distintos medios informativos se encargarán de recordarnos. Y a cien años vista qué pensará la gente sobre esta contienda que comenzó en el verano del ya lejano 1914 para terminar a finales de 1918.

Pues seguramente que fue una guerra más de otras tantas que alberga nuestra historia, donde ganaron unos y perdieron otros. Pero si escudriñamos un poco en esos cuatro años largos, seguro que descubrimos cosas que invitarán a nuestra mente a que nuestra opinión sea algo más abierta. Parece ser que los peritos en asuntos de batallitas coinciden en que el motor de la guerra fue la Alemania militarista del káiser alemán Guillermo II, quien debía albergar delirios de grandeza y conquista. Situémonos en los inicios. Nos encontramos en la ciudad de Sarajevo, una ciudad que por entonces pertenecía al imperio austro-húngaro; una fecha: 28 de junio de 1914, dos personajes: el archiduque Francisco Fernando, heredero del trono austrohúngaro y su esposa, amigos del káiser alemán, y un incidente: el asesinato de ambos por parte del serbobosnio y miembro de una organización llamada Mano Negra. Pues éste fue el pretexto ideal que encontró Guillermo II para satisfacer sus ansias de conquista.

Resulta que Austria-Hungría exigió del gobierno serbio una investigación de los hechos, pues sospechaba que la organización Mano Negra tenía conexión con los servicios secretos serbios, pero Serbia encontrando el apoyo de Rusia se negó a esa investigación, y así los ánimos se fueron caldeando hasta que estalló el conflicto. En función de las alianzas militares, Alemania se alió con el imperio austro-húngaro, a la que luego se unieron el imperio Otomano e Italia, aunque esta última cambió de bando en 1915 y se unió a la Entente que estaba formada por Francia, Reino Unido y Rusia, al que se unieron Serbia, tras el ataque austríaco contra Serbia y Bélgica, tras el ataque de Alemania contra la nación belga. En esos cuatro años, las principales potencias militares del mundo se enrocaron en una contienda de una atrocidad sin precedentes donde tuvieron su estreno los bombardeos aéreos, los lanzallamas, las armas químicas y los zepelines.

Esta barbarie mundial o “Gran calamidad”, como ha sido también llamada, dejó unos diez millones de fallecidos y seis millones de discapacitados y, debido a las invasiones de 1914 y los movimientos de los frentes, millones de civiles franceses, rusos y alemanes tuvieron que abandonar sus hogares. Cada bando exageraba las atrocidades del otro para así legitimar las propias y las violaciones, los pillajes y las ejecuciones de civiles estaban a la orden del día. Otra novedad estaba inspirada en los topos y fue la guerra subterránea por la que se cavaban túneles hacia las líneas enemigas y se colocaban gran cantidad de explosivos cuya detonación era el prólogo de una ofensiva. Si hubo una batalla digna de mención por su crueldad y duración fue la de Verdún, un pueblo francés rodeado de bosques y colinas que fueron machacados por millones de obuses que los convirtieron en un paisaje lunar sembrado de cráteres y cadáveres. Esta guerra nos dejó también para el recuerdo, el florecer de los espías, que ocupaban su espacio especialmente en los países neutrales.

Todos recordaréis el nombre de Mata Hari, que en malayo significa “ojo del día” y que fue una bailarina holandesa, espía al servicio de Alemania fusilada en París. También nos dejaron para el recuerdo las proezas y hazañas de pilotos convertidos por sus bandos respectivos en héroes caballerescos como instrumentos de propaganda, destacando el alemán Von Richtofen, llamado Barón Rojo y el canadiense William Bishop. Hubo también poblaciones víctimas de la guerra como fue el caso de los armenios en el Imperio Otomano, de profesión cristiana y acusados de colaboracionismo con los rusos; fueron víctimas de deportación forzosa y exterminio por el gobierno de los Jóvenes Turcos. Fue el primer genocidio sistemático moderno, que afectó a más de un millón y medio de armenios y se caracterizó por su brutalidad; las deportaciones en marchas forzadas y en condiciones extremas llevaban a la muerte a la mayoría de los deportados. Como otra calamidad dentro de la gran calamidad hay que añadir los 40 millones de personas que la pandemia de gripe se llevó entre enero de 1918 y diciembre de 1920; como España era un país neutral y no había censura de prensa que impidiera hablar de bajas, se llamó Gripe Española a la pandemia. El punto y final a esta desastrosa obra de la humanidad se puso el 28 de junio de 1919 en la Galería de los Espejos del Palacio de Versalles en París, con representantes de 27 países que participaron en la firma del tratado de paz.

El mapa geográfico cambió totalmente y es que cuatro imperios habían desaparecido tras la contienda: el imperio de los zares que dio paso a la Rusia comunista; el imperio otomano que dejó su sitio a Turquía; el imperio austro-húngaro que quedó disuelto dando paso a los Estados de Austria, Hungría, Checoslovaquia y Yugoslavia como nuevos países independientes y el imperio alemán que fue reemplazado por la República de Weimar. Seguro que si volvemos a preguntar a la gente sobre la Gran Calamidad, tras comprobar que las conciencias están más sensibilizadas, las opiniones y respuestas trascenderán del simple hecho de una guerra más como otras tantas. ¿Cómo es posible que de un sentir megalomaníaco de unos militares se pueda derivar en una catástrofe tan descomunal?, ¿cómo es posible que el sentido común que seguro imperaba en la mayoría de la ciudadanía no haya sido capaz de poner freno al sentir de una minoría? Para otros quizá estos planteamientos resulten algo ingenuos y opten por respuestas más contundentes como pensar que las guerras son necesarias cuando hay demasiada humanidad ocupando un terreno limitado como nuestro planeta, o que empresas tan poderosas como las fábricas de armamento vean necesario dar salida a sus productos. En cualquier caso veo interesante volver la vista atrás, hacia hechos señalados de nuestra historia y comprobar de lo que somos capaces los humanos.

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