La parábola del dueño de la viña, que nos relata San Mateo en el Evangelio del 21 de septiembre (Mt 20, 1-16), claramente demuestra que Dios es infinitamente misericordioso, podríamos decir injustamente misericordioso, al menos, ante nuestros ojos humanos. Pagar lo mismo al que había trabajado una hora, que al que había soportado el sol trabajando todo el día, y no sólo eso, pagarle primero al que había trabajado menos, suena a algo injusto. Traducido a la religión, significa que el que fue pecador toda una vida y se arrepiente sinceramente en el último segundo de su vida, irá al cielo más rápido que el que se pasó toda su vida rezando en la Iglesia o sirviendo a sus semejantes.
Es más, todos somos pecadores, pero nuestro mayor pecado es el de juzgar a los demás, y pensar que fulano ya debe estar condenado. Dios perdona inmediatamente y limpia todos los pecados del que lo ofendió. Por eso, nuestro Santo Padre, el Papa Francisco, ha pensado que, ante la justicia divina, es injusto condenar al divorciado a vivir separado de la Iglesia, que es la fuente de santidad de todo ser humano. Si Jesús, en su tiempo, que no era peor que el nuestro, cuando le llevaron a la adúltera y le pidieron que de Él su veredicto, simplemente escribió: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.”, porque sabía que todos somos pecadores.
Al menos casi la mitad de los divorciados, fueron injusta o justamente abandonados por sus parejas, tuvieron influencias negativas y la mayor parte están arrepentidos, ya sea del primer paso dado, o del segundo, y otros ya han pagado por su pecado en muy diversas formas. Si Dios perdona siempre y nos mira con misericordia, ¿podemos nosotros mirar como leprosos o impuros, a nuestros hermanos, que cayeron en el pecado del divorcio, cuando Dios ha tenido la misericordia de perdonarnos nuestros pecados? ¡Ésta es una injusticia mayor aún que la del dueño de la viña!
Dios es infinitamente misericordioso y a lo largo de todos los evangelios, Jesús nos pide que seamos compasivos y misericordiosos. Dejemos a un lado los pecados ajenos y preocupémonos de los nuestros. Miremos dentro de nuestras almas, localicemos la viga en nuestro ojo, en vez de buscar pajillas en el ojo ajeno.
Mi querido doctor Fernando, siempre es una satisfaccion leer sus escritos, mas aun en esta ocasion que sus palabras las he recibido en un momento tan oportuno en mi vida. Me agrada inmensamente saber de usted. Bendiciones y muchos saludos.
Solo a Dios debemos pedirle perdón por nuestros pecados, y no a ningún mortal sobre la faz de la tierra. Felicitaciones
La misericordia establece la aceptación de algo, el hacer de uno propio la condición ajena.
Personalmente opino que no puede haber Misericordia Divina cuando creemos en Dios Absoluto. Es lo relativo de nuestras existencias lo que nos limita e imposibilita a ser justos, siendo esto un equilibrio total, esa imposibilidad nos deja ya al margen de lo que hagamos o pensemos respecto a nuestro prójimo dejando de esta manera para el final de nuestros días la posibilidad de la enmienda de este yerro en vida, es por eso que no debemos permitirnos las ligerezas de juicio.
Personalmente prefiero pensar que lo que Jesús mencionó fue la astilla del ojo ajeno, como parte de algo mayor que es la viga en el propio, tamaña lección de humildad cuando, soberbios, no consideramos lo que somos y tenemos, y nos fijamos en lo que es y tiene el prójimo.