El presidente salió a dar un paseo en bicicleta. Su recorrido lo inició alrededor del palacio, luego rodeó la plaza grande, y salió por la Av. Nueve de Octubre. En la esquina habló con tres mujeres del pueblo, que se encontraban vendiendo al pie de la estación de la metrovía caldo de tronquito, caldo de salchicha y sopa de cueros al sol y se dirigió por la 25 de Julio, laaaaargo hasta el puente que une con la isla santay- la puntilla- los samanes; en la bicicleta, dale que dale. En el puente pregunta por el salón panchana y lo llevan hasta el set de “Ecuador tiene talento”. Aprovechando la presencia del presi, lo quieren hacer bailar con la W. pero huyó como bestia que se lo lleva un salvaje, porque ella le puso una cara de diabla. Se detuvo, y se vio como un revolucionario cansado. Miró a una multitud de estudiantes del Mejía y el Montufar que no lo alababan, jóvenes estudiantes de corazones ardientes y redondas piedras, compañeros y compañeras, identificados con otra fascinación. Se acercó con su paso de Presidente, que es el paso del poder y sin embargo, la multitud lo ignoró. Es que miraban al hombre que es capaz de arrancarse la lengua de la boca, lanzarla al viento y ordenar que regrese a su boca.
El presidente miró y no dejó de ver. El que ve es lo visto y en ese espejo se vio el Presidente. “Yo quiero aprender”, gritó. La gente aplaudió y preguntaron: “¿por qué quieres aprender?”. “Porque soy el poder y al poder todo le pertenece.”
El Presidente convertido en hombre absoluto miraba a quien sólo tiene el poder de mover con su voluntad la lengua. ¿Quién miraba a quién? El poder crece en la estatura de quien lo ejerce. “Yo puedo lanzar mi lengua al viento porque no tengo poder, la tomo en mis manos, la desclavo toda, la lanzo al aire y le ordeno sin palabras: lengua mía, sometida a mi voluntad, ¡ven! Y viene a donde tiene que venir para estar dónde debe de estar”, le explicó el hombre que se llama a si mismo “sin poder”, y que tiene el poder de desclavarse la lengua de su boca, lanzarla al viento y ordenarle que regrese a su sitio.
El Presidente que puede ser cualquier presidente reconoció que ese es el verdadero poder, y dijo:
-“Yo soy el poder. Digo lo que se me da la gana. He ganado quinientas elecciones, donde quiera me alaban y me temen. Yo quiero hacerlo”.
Dicho esto, colocó sus manos sobre su lengua, la arrancó de cuajo y la lanzo al viento. La lengua del presidente en el aire, en el aire el poder del presidente, el poder del presidente manteniéndose, sosteniéndose, tambaleando, haciendo aire su lengua ¡Cuidado! ¡La lengua del presidente se hace aire!
Horror de la situación. La lengua empapada de aire no regresa al presidente que clama por su lengua. Su clamor es mudo, angustioso, horroroso, ¡sin palabras!, silente, desconocido. El presidente sin palabras está sin poder. Ahora lo rodea una multitud de revolucionarios consecuentes, obsecuentes, y obedientes quienes lo aclaman, pero el presidente gallardo, aguerrido, esbelto –pero casi calvo y ojerudo-, quiere que le devuelvan su poder, su lengua de palabras y gritos, de ideologías entre izquierdas y derechas renovadas. Es una paradoja: sólo se aprende de lo que se tiene cuando se lo pierde.
El presidente corre a correr. Desesperado y sin lengua, ve un video donde se ve a si mismo dando un discurso fogoso, reconoce su lengua y la toma por asalto. El poder del presidente ha regresado al presidente, la lengua regresó a quien tiene el poder. Ahora, ya tranquilo, regresa a lo suyo, la lengua dónde debe estar y el presidente de nuevo con su lengua, que a veces no le obedece ni sabe que el presi existe, una simple lengua mojada y seca. La lengua existe y el presidente también. En esta historia el poder se saco la lengua, en otra se saca los ojos y en otros se corta las manos por él mismo, pero esos son otros cuentos.