“Hacer llegar las quejas del infortunio, de todo aquello que atormenta y degrada la naturaleza humana, a los que tienen el deber de aliviarlo”. Alejandro von Humboldt, 1826
Aparentemente desde la Colonia existió ya la decisión de apoyar al nativo en la lucha diaria de mantener su hábitat social. Sin embargo todo era solo apariencia. De labios hacia fuera. El objetivo siempre fue cumplir con ciertos formulismos que exigía la estabilidad política gubernamental. Incluso, en algunos momentos, las leyes de la Corona expresaron hasta disconformidad con el maltrato inhumano del encomendero. Recomendaciones, por supuesto, que jamás pasaron del papel. Simple letra muerta. Cuando alguien puso interés en salvaguardar la existencia del indio, lo hizo en el puro afán de que sus beneficios económicos no disminuyan en la explotación de la mita, el obraje, la encomienda, el repartimiento, el laborío…
¿Cómo entender, desde otra perspectiva, cuando el objetivo de maximizar las ganancias, por la explotación de la fuerza de trabajo gratis, jamás cambió? Razón de más para que Mariátegui aclarara, hace tantas décadas, que ¨el drama del Perú contemporáneo nace del pecado original de la conquista transmitido a la república de querer construir una economía peruana sin el indio y contra el indio¨. Algo que corresponde, por desgracia, todavía, a toda Latinoamérica.
Aunque al paso del tiempo, y luego de tantas confrontaciones, el indio como que, por fin, está cerca, muy cerca de recuperar su voz. Así, al menos, puede otearse un futuro positivo, teniendo en cuenta su presencia en las instituciones internacionales, los convenios y conferencias mundiales sobre su situación social, la aceptación de sus derechos en Naciones Unidas y en buena parte de las constituciones latinoamericanas. Pero, y en este pero hay mucho, la práctica de dichos sucesos no define aun, terminantemente, sus opciones de libertad, justicia y bienestar, tal cual corresponde a su desarrollo cultural. De facto, los gobiernos de los estados en que residen sus poblaciones insisten, antes que nada, en asimilarlos a los valores del mundo actual globalizado. El criterio de que hay que civilizarlos todavía está en pié… O aceptan la desvalorización de su vida histórica (esto es civilizarlos) y acatan la protección de la transcultura occidental o están condenados a ser maniquíes del folklore turístico. ¡Simples vitrinas del nuevo encomendero…!
En las respuestas al problema, pese a las inquietudes anotadas, las mismas poblaciones indígenas han determinado, con mucha claridad y coherencia, los puntos claves para su devenir. Entre los principales están: a) autogobierno y control territorial como expresión real de autonomía, mediante un estatuto de territorialidad y convivencia, que permita su autodeterminación social, b) reconocimiento de sus pueblos dentro de la connotación internacional existente, y en cuanto a naciones históricas concretas, con sus valoraciones culturales propias, en sus territorios ancestrales, contando con sus recursos naturales que encierran para su desarrollo societal. Naturalmente este reconocimiento debe generar, en los foros internacionales, la aceptación del pueblo indígena como “interlocutor válido y legítimo, en tanto identidad específica, diferenciada y definida”. Algo que significa, muy claramente, ir más allá de integrarse a un país o sentirse integrado solo por que este país declare, incluso constitucionalmente, que es pluricultural y pluriétnico.
Los pueblos indígenas no reclaman que se les tome en cuenta. Semejante planteamiento ya dejó de ser válido ante la toma de conciencia autonomista socio política, de acuerdo al nuevo derecho internacional. Insisten, y con sobrada razón, en su aceptación como entidades autónomas a la par que el propio estado donde residen y que surgió con la independencia de la Colonia. ¿ Pues, de que ha servido hasta hoy la generosa protección de los estados, para evitar junto con su miseria la destrucción de sus valores sociales, culturales, morales? Mas bien lo contrario ha sido la preocupación permanente… ¿Para qué, por eso, aceptar la valoración socio cultural indígena como válida, si esta queda constreñida por las limitaciones conceptuales de la estructura de un estado ajeno a dicha concepción?
Compartimos, con estos precedentes, las declaraciones internacionales sucesivas de las poblaciones indígenas, desde la Declaración de Quito de 1990, respecto a ser consideradas como entidades autónomas de sufragar política, social y culturalmente, sus propias existencias con sus propias identidades y usufructuar sus propias riquezas naturales de sus propios territorios. “Es necesaria una transformación integral y a fondo, del estado y la sociedad nacional, es decir la creación de una nueva nación”. Este es el criterio enunciado por la conciencia indígena internacional, desde hace mucho y que cada vez toma más auge.