24 noviembre, 2024

El matrimonio: ¿Una cadena?

Comienzo por decir que creo que el matrimonio es como el amor a Dios: Único e indisoluble.

Tuve casi 37 años de matrimonio con un ángel que Dios me regaló en la tierra. No sé que hubiera sido mi vida si no hubiera tenido la suerte de tenerla. Pero pienso, así mismo, viendo mi matrimonio desde el otro lado de la moneda, que ella sí debe haber pensado que su vida fue un martirio y si hubiera posibilidad, creo que hubiera podido preferir un divorcio a tener que vivir conmigo.

En un divorcio siempre hay dos culpables, aunque sea el uno por caprichos y el otro por no ceder, por dignidad, por presión de gente entremetida o cualquier otra razón. Conozco gente admirable que pese a todo, conserva su matrimonio, y conozco gente de valores que por soledad, necesidad de compañía, necesitan rehacer su vida luego de ser abandonados por su pareja y terminan volviéndose a casar.

Hay un enorme rango entre los motivos de un divorcio, desde el que prácticamente es abandonado, hasta el que tomó el matrimonio como juego, desea seguir en una vida de aventura y amores fugaces, que se enamora de otra y abandona el hogar.

Desde que se inventaron las excusas, nadie tiene la culpa, y si la Iglesia tuviera de determinar cual divorcio es o no válido, las palancas, influencias y circunstancias, harían que todos los que lo deseen de verdad, pudieran lograrlo.

Reconozco que hay casos de divorciados en los que la persona es tan moral y religiosa, que parece injusto impedirle acercarse a Dios. Es un castigo, para cualquier católico de corazón, no poder acercarse a comulgar. Parecería que el castigo hubiera sido impuesto para impedir los divorcios o para castigar a los que se divorcian. Las leyes, incluso las religiosas, son impuestas por los hombres y algo de verdad puede haber en esta afirmación.

Veamos ahora el tema desde el punto divino. Dios quiere que TODOS sus hijos se salven. Sin excepciones. ¿Quiénes somos nosotros para decidir quién se debe salvar y quién no? Además, el pecado está en uno, no en los ojos de los demás. Dios nos perdona incluso el homicidio si el arrepentimiento es sincero. Si mato a mi pareja y la justicia no se da cuenta, ¿Me puedo volver a casar y estoy cumpliendo con la Iglesia? ¿Con Dios?

Creo que nosotros no debemos juzgar. “No juzguéis y no seréis juzgados”, dijo Cristo. El pecado está en el hombre, y estará en ti si lo cometes o lo juzgas. Se peca también por soberbia. Aceptemos con humildad la decisión del Papa Francisco cuando él la tome, y decidamos como llevar nuestra vida por el sendero recto.

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