21 noviembre, 2024

Apuntes de una viajera* El muro de Berlín

A 20 años de la caída del Muro.

Hoy 25 años. -Nov. 2014-

Conocí el muro en 1969, a ocho años de haber sido levantado como valla tangible de la línea fronteriza que se extendía entre el mar Báltico y Checoslovaquia. Resguardado rigurosamente con alambradas, zonas desarboladas, torre de vigilancia, campos minados y soldados soviéticos armados; ante quienes, todo viajero tenía que someter su identidad, entre paradas sorpresivas de los trenes para revisar sus compartimentos.

Nadie era confiable en ese tiempo, ni extranjeros, peor nacionales, quienes trataban de escapar constantemente en las formas más inverosímiles.

El muro era la puerta de esa valla, símbolo de la división de Alemania en dos partes, una de las cuales quedó detrás de ella, aislada del mundo libre –la República Democrática Alemana RDA-, bajo el régimen del Partido Comunista que ejerció la función estatal, remarcando la guerra fría que durante más de 40 años confrontó a Europa y el mundo.

Tenía que traspasar el muro de Berlín para conocer la Universidad Alexander von Humboldt, el museo, la ópera, la biblioteca; esa esencia cultural, que añoraban los alemanes de la República Federal (RFA) y sentía tanto haberla perdido.

Estando en Berlín Oriental, comprendí que en verdad había dos Alemanias, una clara y otra oscura, como yo las califiqué.

Que frío sentí el invierno esa vez; a las cinco de la tarde, como todo invierno en Europa anocheció temprano, pero a mí me golpeó muy hondo, entre casas, calles y almacenes casi en penumbra, con calefacción sin fuerza y racionada; todo esto, porque el fluido eléctrico se lo llevaban para alumbrar la muralla y partes vulnerables de fuga en la frontera.

En ese Berlín desolado y triste, ante un gigantesco monumento, de extraordinaria línea soviética, me dije: ¡Pobre Alemania!

1985. De regreso de la Conferencia Mundial de la ONU en Nairobi, estuve otra vez junto al muro de Berlín; en la puerta de Branderburgo hacían la guardia los soldados, igual que quince años atrás. Era verano, y sin embargo, un escalofrío recorrió mi cuerpo; la muralla seguía en pie igual de invulnerable, pero había muchos escritos en ella, que indicaban toda una humanidad que había llegado hasta allá para expresar su protesta por la ignominia. Me pareció menos resguardado, alguien dijo: Es que ya no huyen, ellos ya son comunistas y están resignados a vivir encerrados. A lo que yo exclamé: ¡Nadie, comunista o no, en este siglo, ni nunca, podrá resignarse a vivir sin libertad!…

Mas, tengo que confesar que no pensé que esto terminaría esa década, a pesar que entre los miles de escritos sobre el muro, hubo uno que me impresionó y que decía: “Hermano, te esperamos ¡será pronto! – febrero 1980”. Y fue en 1989 cuando los alemanes rompieron una brecha en la cortina de hierro, justo cuando los jerarcas soviéticos se sentían tan seguros. Pocos días, antes del 9 de noviembre de 1989, Hecker, el Presidente de la RDA, había dicho “Todavía el muro estará en pie, después de cien años”; y ni a cien días, el muro se derrumbó.

Unidos los dos pueblos y firmada la unificación jurídica del Estado Alemán, rehacer una nueva Nación no fue fácil, teniendo en cuenta que, a esas alturas, eran dos pueblos con diferentes culturas políticas, sociales y económicas, que tuvieron que ajustarse a un nuevo orden de cosas, pero lo lograron.

Noviembre 5 de 2014

Transcribo un artículo, que como periodista escribiera en noviembre de 2009 en diario El Telégrafo de Guayaquil – Ecuador

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1 comentario

  1. Saludos. Realmente no entiendo. Ahora quejas sobre el producto añorado por aquellos que se manifestaron»amantes de la democracia» y de las «libertades», que apoyaron a los «Aliados», contra quien precisamente los combatió, en la II Guerra Mundial. No hay que quejarse, ya que usted así lo deseó.
    Saludos,
    Napoleón Sotomayor

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