La diversidad de motivos que aglutinó a varios miles de ecuatorianos a caminar por las calles de sus respectivas ciudades ha logrado promover dos mensajes exitosos. El primero, es que se puede protestar pacíficamente, con altura, con respeto, con dignidad, sin manchar la esencia de la protesta, y haciendo de este mecanismo democrático una verdadera herramienta de oposición a políticas y decisiones tomadas desde las esferas del poder.
La gran mayoría de ecuatorianos respalda y respeta una protesta con estas nobles particularidades. Las otras, deben ser enterradas en la historia del anacronismo y del divorcio al progreso, que lamentablemente siguen siendo caldo de cultivo de un grupito de tontos útiles, que negativamente ejercen un poder encantador sobre estudiantes jóvenes y escasos de discernimiento.
El segundo mensaje, de igual magnitud e importancia que el primero, y que debería ser escuchado con un oído más fino y analítico, tanto por el ejecutivo y sus asesores, como por el cuerpo legislativo, es que abriendo más frentes de controversia, no necesariamente se elimina la presión sobre un tema específico. Muy por el contrario, tanta controversia genera un mayor número de adeptos a la oposición, y dejan de ser temas de debate, convirtiéndose en boomerangs que pueden lastimar al oficialismo, que erróneamente en ocasiones pretende dividir a los ecuatorianos entre buenos y villanos.
Se está generando una oposición con cada más caballos de batalla, pero que hasta ahora, debido a errores de liderazgo y a la falta de un claro adalid, no ha podido materializar en las urnas con éxito su mensaje. Sin que esto necesariamente sea un augurio de éxito eterno para el oficialismo, aunque hasta ahora haya sido un claro decreto para el fracaso de la oposición.
El escenario político de los temas que se nos avecinan, no es claramente favorable ni fácil para el gobierno de la revolución ciudadana, que a pesar de mantener un fuerte y popular liderazgo, con una preestablecida y clara hoja de ruta, no presenta credenciales sólidas para una posible sucesión exitosa. El mecanismo para definir la reelección indefinida, no en si la posible reelección del Presidente, es un asunto que divide peligrosamente al electorado cautivo del presidente Correa, y puede generar en el futuro, lo que en el argot político se define como “ingratitud electoral”.