El padre Luis Martínez de Velasco, fue un sacerdote español, que llegó al Ecuador en el año 1968, primer rector de la Iglesia rectoral, San Josemaría, en la vía a Samborondón; escritor fecundo y colaborador de diario El Universo, con la columna “Dios y yo”, su último artículo a propósito de la festividad de Cristo Rey, lo empezó a escribir un día antes de su partida al Padre, fue publicado hasta el sexto párrafo, hasta donde lo dejó. Sugería revisar la caridad en cada uno, de acuerdo a lo que exhorta el Papa Francisco en Evangelii Gaudium (La alegría del Evangelio), para no caer lo que se puede llamar, “caridad a la carta, una serie de acciones tendientes solo para tranquilizar la propia conciencia…”
Cuando recibí la noticia de la muerte del Padre Martínez de Velasco un dolor profundo e intenso envolvió mi alma e hizo aquietar mi corazón, sentí algo que podemos llamar “orfandad espiritual”…el padre Martínez tenía en mi, y pienso que en muchos, esa etiqueta de permanencia que nos llevó a creer ingenuamente, que nunca se iría de nuestro lado.
En un tiempo que no logro precisar, y por eso diré que hace algunos años, escribía yo artículos para algunos medios, entre otros revistas y periódicos locales, trataban sobre crónicas de viajes, vivencias y ciertos temas de salud. Quise ir más allá y empezar a escribir sobre las inquietudes del espíritu humano. Un día le dejé esos escritos en el confesionario, en los que claramente destacaba mi genuina rebeldía hacía muchas cosas…
El padre Martínez me llamó, me repeló y luego me propuso que escriba para él. Me dio el encargo de armar la hojita dominical de la iglesia rectoral: Buenas Noticias.
Me dejó claro que lo mío sería escribir el contenido de la hojita, que estaría completamente supervisado por él.
Así empezó mi trabajo a su lado, y entre uno y otro escrito, y entre todo lo que me enseñaba sobre el arte de escribir, precisar, resumir, ser exactos, hacía también su labor de apostolado intentando encausar mi alma, sobre todo en el trato permanente con Dios a través de la oración, de los sacramentos y haciéndome entender el valor de la humildad:
“Eres humilde cuando te humillan, no cuando te humillas”
En ocasiones a pesar de querer demostrar cierta dureza, su innata dulzura y compasión lo llevaba a tratar las cosas con más paciencia. Sus azules ojos brillaban con esa luz que se proyecta desde el interior de un alma santa.
Una vez le escribí una carta, agradeciéndole por todas sus enseñanzas, y le puse algo como lo anterior, ya que su mirada, realmente era cautivadora y ¡se lo dije! El padre Martínez, con mucha gravedad me habló sobre la carta, y me dijo que no podría conservarla, me hizo notar que en su oficina había una maquina nueva, una trituradora de papeles, allí fue a parar mi carta, mientras él decía: “Esto que has escrito es muy bonito y te lo agradezco, pero no puedo conservar nada que en algún momento vaya a atentar contra mi causa de santidad.”
Mi carta, escrita con todo el cariño, devoción y respeto, de una especie de “discípula” a su maestro de literatura y a su guía espiritual, quedo completamente triturada, en medio de la gracia del momento.
Muchos como yo, mantendrán vivo en su corazón la intensidad de su mirada, honesta, directa y transparente, como lo fue su vida.