Durante mis años de adolescencia pensaba, como muchos de los de mi época, que era necesaria una revolución, un cambio de estructuras para corregir las injusticias. Con el pasar del tiempo, fui asimilando la realidad: El ser humano está enfrascado en sí mismo. Le interesa el cambio para su propio beneficio. Una vez que logra lo que desea, su afán revolucionario se vuelve en un continuar en la parte alta, recibiendo beneficios de su posición. Una muy digna excepción a este análisis, es el actual Presidente del Uruguay quien, luego de haber sido guerrillero, alcanzó la Presidencia de su país y ha demostrado, con su forma de vida y de Gobernar, ser un hombre de altísimas cualidades morales, sin ambiciones ni egoísmos, dispuesto a dar todo por el bien de su Patria.
Dicen que la vaca se olvida de cuando fue ternera, y por ello, al cambiar a una posición mejor, empezamos a perder la orientación que teníamos al inicio. Además, al llegar a ese estado, aprendemos a ver con pena que todos nuestros ideales se derrumban como un castillo de naipes, pues la gran multitud de necesitados sobrepasa en mucho la capacidad de ayudar que podemos tener. Por otro lado, encontramos la gran masa que desea ser beneficiada, pero que desea que todo se lo den hecho, recibir sin el más mínimo esfuerzo de parte de ellos. Si es posible, que se lo den en la boca.
Admiro profundamente la actitud del Presidente de Uruguay y hago propias las palabras de elogio de nuestra vicealcaldesa Doménica Tabacchi. Un hombre que vive de acuerdo con sus principios es un verdadero revolucionario en el sentido de honor de la palabra. No me pareció correcta la actitud de nuestro Presidente hacia ella por su discurso. Puedo no estar de acuerdo con lo que dice alguien, pero no tengo derecho a hacerlo quedar mal por lo que dice. Mathías Claudius en su carta “A mi hijo Juan”, dice acertadamente: “Honra a cada quien según su rango, y deja que se avergüencen si no lo merecen”. ¡Cuánta falta hace en el mundo actual autoridades como el Presidente de Uruguay, José Mujica!
Hablar mal del oponente es la forma fácil y a mi modo de ver, baja, de hacer política. Hacer labor a favor de la gran mayoría y de la mayoría digna, sin hacer aspavientos ni magnificarse, como lo hace José Mujica, es la forma correcta de actuar. Predicar con el ejemplo de la vida propia, sin insultos y sin crear odio de unos contra otros. El insulto y el menosprecio nos llevan a cometer errores y a hablar más de la cuenta. Guayaquil de mis amores es la canción que describe a la mujer guayaquileña, de la que la Vicealcaldesa es una muy honrosa y hermosa representación. Dediquemos nuestro tiempo a hacer y no a hablar, y menos a sembrar odios o envidias, que a la larga lo único que logran es dividir en bandos e impedir la unión de un país.